La casa con un reloj en sus paredes

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

Aunque esté basada en una novela de 1973, ninguna ingenuidad hay al momento de elegir una trama que combine a un niño huérfano con magos que lo inician y un villano inmaterializado. El link a Harry Potter es obsceno, un maleficio que le impide a La casa con un reloj en sus paredes emanciparse e imponerse como una propuesta seductora.

Su director, Eli Roth, tampoco se esfuerza por marcar la diferencia. Ya la elección es curiosa: Roth se destapó con Hostel (2005) y desde entonces se movió por terrenos truculentos aunque sin demasiada rabia (Infierno verde es Holocausto caníbal para escolares y Toc toc es Funny Games para puritanos). En este filme el registro oscila entre lo cómico y lo fantástico, con algunas pinceladas tétricas trazadas con culpa y disueltas con aguarrás para lograr una calificación ATP.

Más allá de una trama gastada por otras sagas de magos, el mayor problema de Roth es incursionar en la fantasía sin poder filmarla con la audacia correspondiente. El personaje de Jack Black en un momento dice “aquí no hay reglas”, y quien menos lo escucha es el director, estructurando la narrativa bajo un esquema despersonalizado. ¿Fue un trabajo por encargo? Entonces el desafío hubiese sido darle una impronta del mismo modo que supo hacerlo Alfonso Cuarón con la tercera entrega de Harry Potter.

Existen, también, ondulaciones de géneros y esto es clarísimo en la tríada protagónica: por un lado tenemos a Jack Black abusando del slapstick y la morisqueta; será el encargado del humor. Luego está Cate Blanchett destilando dinastía en piloto automático (jamás le hará falta a Cate Blachett actuar glamour); sobre ella recae la fantasía. Finalmente tenemos al pequeño Owen Vaccaro, el huérfano que deberá lidiar con el dramatismo de la historia. ¿Qué sucede con el elenco? Jamás actúan en la misma película y por contraste sus habilidades se anulan.
Eli Roth no sólo se revela como un alquimista torpe en la dirección de actores, su manera de filmar la magia es triste y conservadora, una puesta en escena prácticamente hecha para comodidad del área de efectos especiales.