La carretera

Crítica de Ezequiel Boetti - EscribiendoCine

Son Leyenda

Estrenada en el último Festival de Venecia, La Carretera (The Road, 2009) se podría encuadrar dentro del cine apolíptico más tradicional. Pero la concepción de héroe involuntario y mundano cuya única lucha es por la supervivencia propia y de su hijo la ubican más cerca de las tragedias y distopias más importantes de la literatura mundial.

Basada en la novela ganadora del premio Pulitzer 2007 The Road, la quinta película del australiano John Hillcoat - el mismo de la muy interesante The Proposition (2005), editada aquí en DVD un par de años atrás como Propuesta de Muerte – transcurre en un futuro atemporal aunque no demasiado lejano donde el mundo tal como era es apenas un recuerdo: Gris, desolador, embadurnado de pestilencias, Estados Unidos es el imperio del libertinaje y de la supervivencia a toda costa. Allí andan un padre y su pequeño vástago, desprovistos de todo materialidad que los vincule con ese pasado cercano aunque de imposible retorno. Parecen caminar sin rumbo, atentos a los caprichos del camino, pero no. La concreción del objetivo particular y constante (sobrevivir) los llevará hacia la meta: la costa este.

Al igual que el libro de Cormac McCarthy, La Carretera hace culto al racionamiento de información como elemento fundamental de la narración: Apenas sabemos la existencia del vínculo filial entre el hombre y el nene, seres sin nombres ni apellidos, sin oficios ni gustos, sin explicaciones que construyan un backgroud de su actualidad; y que alguna vez el padre estuvo casado con una bella mujer, la madre de su hijo. Ese pequeña porción del pasado se corporiza mientras el hombre duerme en un relación sueño-soñador al menos extraña: esa vida que se vislumbra colorida y feliz, bien distinta a la gris monocromática que rige el sentido visual actual, no funciona para él como un escape a la lucha diaria por la supervivencia sino que, por el contrario, es una auténtica pesadilla: se despierta sobresaltado y agitado, con la pesadumbre propia del que tiene un subconsciente activo y la certidumbre de que los recuerdos son un lastre emocional. Es el primer síntoma de la aceptación de esa nueva vida, la del itinerante eterno desarraigado de su origen.

Ese resignación al nuevo estatus hace que La Carretera trabaje la empatía entre personaje-espectador fuera del cánones tradicionales del género. A diferencia de Soy Leyenda (I Am Legend, 2007) o El día después de mañana (The Day After Tomorrow, 2004) donde el conflicto narrativo giraba en probidad del protagonista de turno a la hora de la salvación o no del mundo, McCarthy y Hillcoat saltean esa etapa y la ubican como parte de ese pasado que el protagonista anhela evadir. Es así que éste no es un héroe tradicional en cuanto a la no-ocupación de un lugar fundamental en la salvación del mundo. Tanto el destacado científico militar que era el Robert Neville de Will Smith como el prestigioso meteorólogo Jack Hall de Dennis Quaid sabían que el futuro de la sociedad tal como lo conocían dependía de sus sapiencias y habilidades, aceptaban con valentía y orgullo esa posición que implica la concepción más griega y literata de héroes voluntarios. Aquí esto no ocurre: el hombre pugna, lucha y llora movido no por el bienestar mundial sino por la integridad física de su hijo, sabe que su condición mundana y terrenal le impide un accionar concreto con el inexorable discurrir de la realidad, es un héroe que reniega de su condición y que presumiblemente nunca quiso ocupar esa desdichada posición.

Sí en cambio, La Carretera bebe de la vertiente más tradicionalista de la concepción del héroe cuando el protagonista marcha hacia un desenlace cuya conocimiento previo no impide su variación. El destino trazaron su destino y él tan solo debe marchar hacia él, el corrimiento es imposible: sabe que se dirige hacia un final tan inexorable como predecible pero poco puede hacer para evitarlo, tan sólo debe marchar hacia él con el pecho erguido y el orgullo en alto.

Gran parte de esta interpretación es posible gracias a ese gran actor de tardía aparición que es Viggo Mortensen. Descubierto una década atrás con el protagónico en la trilogía de El señor de los anillos, el “chaqueño” (vivió entre los 2 y 11 años en aquella provincia del norte argentino) que explotó a la inversa que la parquedad de sus personajes implosionaban en Una historia Violenta (A History of Violence, 2005) y Promesas del Este (Eastern Promises, 2007) ambas del canadiense David Cronenberg, entrega una actuación tan intensa como verídica, es un hombre otrora pacífico devenido en fiera salvaje que se guía más por instinto que por la mente, más por el corazón que por la razón. Viggo Mortensen es el último gran héroe.