La carrera del animal

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

Inquietante en su manera elíptica de informar, con una fotografía en blanco y negro determinante, esta ópera prima registra “el otro lado” del cierre de una fábrica: la crisis en su compleja familia de propietarios.

La película ganadora de la Selección Oficial Argentina de este 13º BAFICI fue La Carrera del Animal, ópera prima de Nicolás Grosso (asistente de dirección en la gran Excursiones). Gira en torno a dos hermanos que, a pedido de un padre ausente, deben hacerse cargo de la fábrica familiar, a pesar de las presiones de los trabajadores para lograr una conducción obrera. Tiene una importante dosis de misterio, el cual se mantiene hasta el final (digamos que incluso lo excede), construyendo una historia de suspenso que plantea incertidumbre en todos los aspectos. Desde la época en la que está ambientada (ciertos indicios de computadoras, patentes y autos la sitúan en la segunda mitad de los ‘90), hasta el trabajo del protagonista Valentín, pasando por las intenciones de los empleados, todo entra en el ámbito de lo incierto.

La presentación de personajes extraños y sombríos, que hablan en forma críptica, eventualmente deja de parecer interesante, en especial cuando comienza a ser evidente que no se llegará a ningún puerto. La lista de interrogantes acaba por ser enorme, como si los 73 minutos no hubieran sido suficientes como para hacer un acercamiento menos superficial, algo grave teniendo en cuenta lo atrapante que resulta el planteo. Este tipo de problema no es aislado, suele suceder que hay un cuidado importante de las formas a costa de la propia historia, algo que a esta altura del partido no se entiende. Queda gusto a poco tras ver la película, especialmente si se lo hace sabiendo que fue la ganadora de la competencia, lo que confirma que este año la Selección Oficial Argentina no se caracterizó por tener grandes propuestas.