La carrera del animal

Crítica de Marisa Cariolo - CineFreaks

El instinto como móvil de las voces acalladas

Este jueves en medio de inmensos tanques de la industria cinematográfica se estrena el film La carrera del animal opera prima del director Nicolas Grosso que parece erigirse como un fiel estandarte del cine no comercial, del cine no producto.

Sabido es que el cine como tal no es tan sólo una manifestación artística del hombre, sino que también responde a los cánones de la producción en cadena, con una estructura de elaboración en masa que recuerda al fordismo donde los riesgos, tanto estéticos como narrativos, son vistos como una apuesta demasiado cara para la inserción del producto final en el mercado.

Es así como jueves tras jueves vemos inundadas las salas porteñas que nos sirven como una cadena de comida rápida un menú rápido, semi digerido y de simple, aunque dudoso, sabor. Siguiendo con las metáforas culinarias podríamos decir que La Carrera del Animal es un caso de cocina de autor que mezcla con maestría ingredientes de los cuales el público en general no se acostrumbra siquiera a probar. Y en esto tanto el cine como las artes culinarias nos enfrentan a un desafío: vencer la inercia de los sabores primarios y conocidos para animarnos a placeres mas gourmet que nos obligan a ser degustadores pensantes en lugar de simples consumidores de productos en serie.

La carrera del animal hizo su primera aparición en el Festival Bafici del 2011 (espacio más que propicio para la proliferación de proyectos estética y narrativamente arriesgados) y como tal en este marco fue la ganadora del premio mayor del año. Hoy nuestras carteleras comerciales la tienen como una de las propuestas a ofrecerse para el público cinéfilo.

¿Por qué decimos que se trata de un cine no tradicional? Narrativamente, el film trata sobre la idea de ausencia: la de un padre que no visita nunca las instalaciones de su empresa; unos hijos que sin verlo saben que deben suplir ese espacio vacante; unos empleados que frente a la acefalia se cuestionan la posibilidad de la autogestión. Sin embargo, este planteo no se brinda con una detallada reseña sobre los orígenes de las relaciones planteadas, sino que también el relato es ausente y no autosuficiente. Queda en manos de los espectadores el trabajo final de unir las piezas sutilmente delineadas por el director Nicolás Grosso (Ver entrevista).

Desde el punto de vista narrativo, tampoco se enmarca el relato en un ámbito temporal definido (aunque el desguace de las instalaciones fabriles hace suponer que estamos en presencia de la era post menemista), y este elemento es remarcado por el hecho de estar filmado el largometraje en blanco y negro, con un vestuario totalmente atemporal y pocas referencias que nos permitan situarnos en una línea definida de tiempo y espacio.

La carrera del animal nos ofrece así una historia bucólica con un ambiente opresivo y distante que nos dificulta el crear lazos de empatía con los protagonistas del relato y nos enmarca diferentes ausencias para que el espectador mismo se cuestione la propia definición de la no presencia: ¿Quienes están físicamente presentes, nos acompañan? ¿Quien no se muestra pero nos condiciona, está ausente? Todas estas cuestiones serán planteadas pero no resueltas en este promisorio debut de Nicolás Grosso, quien victorioso se alzó con el mayor reconocimiento del último BAFICI.

Un ejercicio para quitarnos de la pereza mental cinéfila del mercado. Cine Gourmet sólo apto para paladares curiosos.