La carrera del animal

Crítica de Marcelo Oliveri - El rincón del cinéfilo

A medida que transcurren los minutos, y pasan el centimetrajes, uno se pregunta por qué le habrán puesto como título “La carrera del animal”. Filmada en blanco y negro, con mucha parsimonia va transcurriendo esta historia que se propone un punto de partida arriesgado: registrar por un lado del cierre de una fábrica, y en este hecho el lado familiar-empresarial, opuesto al de los trabajadores que suele mostrar el cine, pero que también incluye sentimientos complejos y desorientadamente humanos.

El cese de actividades de la empresa produce en este caso una crisis para tres personas: El dueño de la fábrica, y padre de familia, personaje que se mantiene en las sombras marcando desde allí el destino de los otros dos protagonistas. Valentín, el más joven, quien lleva una vida humilde y alejada de los avatares de la empresa familiar; y Cándido, su hermano mayor, que en apariencia parece mejor preparado para jugar el juego de poder y violencia que presumen los negocios, incluso si ello implica dañar a su propia familia.

Esta producción en lo estético trae reminiscencias de aquél cine argentino que se filmaba en los ’60: planos largos, cerrados, silencios, recorridos de cámara y nada más. Inquietante en su manera elíptica de dar información, al punto de homologar el diálogo y el silencio, con una fotografía en blanco y negro determinante, la opera prima de Nicolás Grosso centra su potencia en construir un relato donde la narración y la forma no le temen a la experimentación, al punto de convertirlas en motores nucleares de la realización

Su director quizás intentó rendirle un homenaje a Manuel Antín, Rodolfo Kuhn y a la novelle vague, pero no se nota. Aburrida en su manera de contar esta historia “La carrera del animal” es otro título más para decir, a fines del 2012, que se estrenaron más de cien filmes argentinos. Y en la práctica esto no sirve.

Esta producción fue galardonada como mejor película nacional en la edición del BAFICI 2011.