La Boya

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

El nombre de Fernando Spiner está asociado a un cine con su propia marca registrada, una marca de autor. Sus trabajos como guionista y director de “La sonámbula”, “Adiós, querida luna” o “Aballay” dan cuenta de su capacidad narrativa y su búsqueda de una temática novedosa y que ha sido poco abordada por otros directores.
Participó también del episodio de Los Ratones Paranoicos en la película “Historias de Argentina en Vivo” filmada por episodios junto con otros doce directores en diferentes provincias y en el año 2007 hace su incursión en el género documental con “Angelelli, la palabra viva”.
Decir que con “LA BOYA”, Spiner retoma el género documental no sería del todo cierto. Pero tampoco estaríamos mintiendo. “LA BOYA” tiene una estructura que mezcla documental y ficción bajo este concepto tan trabajado últimamente por los directores al abordar un documental: donde se intenta escapar de las estructuras de un concepto enciclopedista y explicativo, esquemático y con entrevistas de gente hablando a la cámara sobre un tema.
Por el contrario, esta docu-ficción se construye en tiempo real pero contaminado de elementos de ficción que dimensionan al protagonista en un doble papel de mostrar su vida real y construir un personaje de ficción.
De acuerdo al propio Spiner su último filme, “es mi propia historia, la de mis antepasados y su épico escape de Ucrania, la inmortal presencia de mi padre que se transformó en poeta siendo un hombre mayor, y la de mi gran amigo Aníbal que se quedó en el pueblo de nuestra adolescencia sobre el mar”.
Y vale la pena citarlo al director porque en esta frase breve pero contundente, describe perfectamente el espíritu, el disparador y el núcleo vital de “LA BOYA”. Spiner vuelve a las costas de Villa Gesell a reencontrarse con su amigo Aníbal Zaldívar con quien comparte el ritual de nadar juntos hasta una boya que se encuentra mar adentro. Retomar ese ritual, esa sana costumbre, será mucho más que eso.
Significará reencontrarse con su pasado, con esa playa y esa costa que dejó atrás para iniciar una carrera como cineasta en Europa, es volver al que ha sido su entorno familiar, a esos lugares, esa geografía compartida y sus puntos en común que construyeron su vínculo de amistad con Zaldívar a través de los años.
Es, según sus propias palabras, ver reflejada en Aníbal “la vida que yo no viví”. Zaldívar, además, es poeta. Y dio sus primeros pasos en la poesía y editó sus textos de la mano de Lito, el padre de Fernando. De esta forma, volver a repasar este vínculo con Aníbal es volver a releer su propia historia: su vínculo con su padre y sobre todo el vínculo con su abuelo, inmigrante ucraniano.
Es al mismo tiempo una forma de dejar registrado ese último deseo de Lito: soltar una antigua boya mar adentro. Es así como nos iremos adentrando cada vez más en el corazón de la película: “LA BOYA” se construye entonces como una historia de mandatos familiares, de un vínculo padre-hijo, de historias no contadas, de cosas pendientes y no dichas.
Se rearma sobre si misma de una manera casi confesional, íntima y profunda. Spiner se nutre no solamente de los textos poéticos de Aníbal, recitados por el mismo y que se espejan en textos de su padre y cartas de su abuelo sino que además nos sumerge en ese mar de su adolescencia, en esas playas que recorre en las cuatro estaciones y que se funde a la perfección con esos poemas y la esencia de la película.
Asi como Agnes Varda se apropiaba en “Las playas de Agnes” de esas geografías y esos paisajes, Spiner hace lo propio con esas desoladas playas de Gesell fuera de temporada y el mar con sus recovecos y profundidades. Escrita por el propio Spiner y Zaldívar, con la participación de Pablo de Santis, “LA BOYA” cuenta además con la impecable fotografía de Claudio Beiza y un minucioso trabajo de edición a cargo de Alejandro Parysow.
Además de los propios protagonistas que le ponen el cuerpo y el alma a la historia, las voces de Analía Couceyro y Daniel Fanego –impecable, sobrio y emotivo- completan un trabajo cargado de emoción que más allá de los que plantea en una primera lectura, nos va llevando de la mano e introduciendo en ese mar enorme para rodearnos de esa inmensidad y desplegar una riqueza visual única.