La batalla de los sexos

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

La batalla de los sexos: el espectáculo como campo de batalla social
Además de figuras clave en la MTV de la era musical, el matrimonio de directores integrado por Jonathan Dayton y Valerie Faris son responsables de películas como Pequeña Miss Sunshine y Ruby, la chica de mis sueños. En su tercer largometraje, Dayton y Faris se basan por primera vez en hechos reales, tomando parte de las vidas personales y las carreras profesionales de Billie Jean King y Bobby Riggs en los años 70: la gran tenista en esos momentos en actividad y el tenista retirado (ex número 1) farolero, misógino y apostador.

Mientras King y otras tenistas luchaban por la igualdad de premios en los torneos para hombres y mujeres, Riggs, de 55 años, quiso aprovechar el momento y desafiar a King a un partido para probar "la superioridad del hombre". Cómo se llega a ese partido, y el partido, es lo que recrea La batalla de los sexos, una película que sufre de algunos males muy de época como una excesiva corrección política (o, mejor dicho, trabajar polémicas de los setenta con una visión muy pendiente de lo que hay que decir en 2017) y demasiados acentos y énfasis musicales desde el principio. Esos procedimientos son ablandadores y en ocasiones hasta distractores.

Pero La batalla de los sexos supera con creces esos ripios -que no son constantes- mediante méritos troncales, a través de bases cinematográficas fundamentales. En primer lugar la actuación de Emma Stone como Billie Jean King, a la que no se preocupa por calcar físicamente, sino que la interpreta con la vieja receta clásica: magnetismo, belleza, carisma, mirada encendida. Queremos que King triunfe, además de muchos otros motivos, porque la amamos en la piel de Emma Stone. Y están Bill Pullman y Sarah Silverman en roles secundarios, otros dos intérpretes que saben de presencia sin necesidad de armar un show individual que distraiga.

En segundo lugar, la película se apoya no solamente en lo deportivo, en los entrenamientos y partidos -que recrea con eficacia-, sino además en la potencia de las historias de amor de los protagonistas, escritas con acierto y profundidad no exenta de económica brevedad. Y, por último, La batalla de los sexos expone con claridad, más allá de sus ideas en la superficie, a una sociedad que ha entendido el espectáculo masivo como el vehículo fundamental para dirimir sus disputas de todo tipo. Así, la película de Dayton y Faris expone de manera fascinante algo más persistente que cualquier lucha de época, y se apoya con claridad nada enfática en uno de los pilares de la sociedad estadounidense.