Kon-Tiki - Un viaje fantástico

Crítica de Diego Batlle - La Nación

En 1947 (con el mundo todavía en plena crisis de posguerra), el antropólogo noruego Thor Heyerdahl decidió emprender junto con otros cinco acompañantes un largo viaje a bordo de una precaria balsa de madera construida con la misma técnica usada por aborígenes peruanos varios siglos atrás con la idea de demostrar su teoría de que la Polinesia había sido poblada desde América del Sur y no desde Asia, como sostenían los científicos de la época.

Lo que reconstruye, entonces, esta ambiciosa producción (una de las más caras del cine escandinavo, con casi 17 millones de dólares de presupuesto) es la travesía de 7000 kilómetros -no exenta de desafíos y complicaciones- durante 101 días por el océano Pacífico desde el puerto del Callao hasta la Polinesia.

No es la primera vez que esta historia de Kon-Tiki -nombre de la balsa, en honor al dios solar de los incas- se hace pública. De hecho, el propio Heyerdahl la convirtió en un best seller literario primero, y luego en un documental ganador del premio Oscar. Pero ahora, con todos los medios del cine contemporáneo a disposición (incluidos, claro, los efectos visuales concebidos en computadora), los directores Joachim Rønning y Espen Sandberg la transformaron en un intenso drama de supervivencia (sacrificio, solidaridad y fortaleza moral) de épicas proporciones. Es que sólo uno de los seis tripulantes tenía conocimientos de navegación, mientras que el protagonista, Thor, ni siquiera sabía nadar. Y los tiburones, en esas aguas, abundan y acechan?

Es cierto que la película pierde bastante en la casi inevitable comparación con la reciente Una aventura extraordinaria (Life of Pi), ya que el film de Ang Lee alcanzó mayores dimensiones líricas y espirituales, pero Kon-Tiki recupera con absoluto profesionalismo un estilo old-fashioned cercano al clasicismo hollywoodense, que hace muy eficaz y llevadera la narración. No extrañó, por lo tanto, que la Academia la nominara al Oscar al mejor largometraje extranjero. El público argentino tendrá la posibilidad de determinar si semejante reconocimiento fue o no merecido.