Kompromat: el expediente ruso

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

"Kompromat – El expediente ruso": intriga internacional

El título deriva de un término inventado por los servicios de inteligencia rusos y describe el material comprometedor utilizado para ensuciar la carrera y/o la vida privada de una persona.

Basada “muy libremente”, como afirma una placa al comienzo de la proyección, en hechos reales, Kompromat – El expediente ruso se ofrece como un batido de drama político, película de escape y thriller de intrigas internacionales. Como ya lo había demostrado en algunos de sus largometrajes previos –Largo Winch (2008), su secuela de 2011 y el policial Zulú (2013)– el francés Jérôme Salle no es un realizador afecto a las sutilezas, y su apuesta a los placeres del cine popular más estandarizado vuelve a confirmarse con Kompromat.

El título deriva de un término inventado por los servicios de inteligencia rusos y describe el material comprometedor utilizado para ensuciar la carrera y/o la vida privada de una persona. Poco importa si el carpetazo en cuestión surge de información fidedigna o directamente es inventado para la ocasión. Esto último es lo que le ocurre al protagonista, el nuevo agregado cultural de la Alianza Francesa en una ciudad siberiana que, luego de la presentación de una obra de danza demasiado queer para los estándares del país, recibe la visita de media docena de oficiales que lo arrastran a una dependencia con el fin de ser interrogado.

¿Fue ese el detonante de la detención, esa pieza artística considerada propaganda homosexual por los comisarios culturales? ¿O acaso el hecho de haber coqueteado inocentemente con la nuera de un agente del FSB (es decir, la ex KGB) lo puso en la mira de sus enemigos? Como fuere, lo cierto es que el pobre Mathieu Roussel (Gilles Lellouche), casado y padre de una pequeña hija, es enviado a prisión de forma preventiva luego de ser acusado de abuso sexual intrafamiliar y actividades pedófilas online. Desde luego, las caras de pocos amigos de sus compañeros de celda se ponen aún más serias cuando se enteran de la acusación, transformando así la nueva vida del protagonista en una verdadera pesadilla. Resulta claro para el espectador que Mathieu es completamente inocente, aunque los colegas en la embajada comienzan a preguntarse si no estarán ante la presencia de un espía encubierto.

Desde el momento en que la chica del baile –interpretada por la polaca Joanna Kulig, recordada por su gran papel protagónico en Cold War, de Pawel Pawlikowski– comienza a ayudarlo a escapar del país las cosas se ponen un tanto derivativas y, por sobre todas las cosas, un tanto difíciles de creer. Kompromat está siempre al borde de perder el hilo de la suspensión de la credibilidad, ya sea por la torpeza de los captores o la obcecada tendencia del inopinado héroe a enviar mensajes de texto con el celular a pesar del riesgo que ello implica. Salle mantiene de manera profesional el ritmo de la narración durante poco más de dos horas, pero luego de una primera mitad en la cual el interés por la situación atrae e incluso atrapa la trama se desliza por todos y cada uno de los lugares comunes cristalizados por cientos de films. Romance incluido, persecución en un bosque nevado incluida, pelea climática incluida. Producida en pandemia, la película fue rodada en locaciones de Lituania: incluso antes del ingreso militar ruso en Ucrania hubiera sido imposible registrar semejante retrato de corrupción personal y sistémica en el país de Putin.