Kóblic

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Un thriller con el recuerdo de lo peor de nuestra historia

La primera escena de Kóblic transcurre en el aeroparque porteño en julio de 1977, y desde allí parte uno de los denominados "vuelos de la muerte". La película reencuentro artístico entre el director Sebastián Borensztein y Ricardo Darín- volverá una y otra vez sobre esas imágenes (cada vez de manera más explícita), ya que el piloto del avión que transporta a los prisioneros, que luego serán lanzados al vacío sobre el río, es el protagonista, Tomás Kóblic.

Al igual que en Un cuento chino (2011), el antihéroe del film es un hombre traumado y torturado que intenta lidiar como puede con su pasado. En este caso, Kóblic huye de Buenos Aires y llega de incógnito a un pequeño pueblo de provincia -Colonia Elena-, donde se instalará en el hangar de un aeródromo de un amigo e intentará pasar lo más inadvertido posible durante sus visitas al casco urbano.

Pero en este film, que acumula muchos elementos del western, Colonia Elena es manejada a puro exceso por un corrupto y sádico comisario llamado Velarde (Oscar Martínez), quien no tardará en desconfiar de Kóblic. Y cuando el protagonista empiece a verse con Nancy (Inma Cuesta), que está casada con un hombre abusivo, ya quedará claro que la estancia del militar no será todo lo tranquila que en un principio imaginaba.

La saludable idea inicial de trabajar aquellos tiempos de violencia, miedos y delaciones con una estructura ligada a los géneros clásicos (no sólo hay mucho de western, sino también elementos del drama romántico, el policial y el thriller político) y la impecable factura técnica se ven jaqueadas por un guión de manual, en el que el planteo de varios de los conflictos y unas cuantas de sus resoluciones son bastante obvios y, por momentos, incluso un poco forzados y artificiales. Así, la narración -sobre todo en la primera mitad- no fluye ni seduce como debiera.

La película -que en algunos pasajes recuerda a cierto cine ochentista del estilo No habrá más penas ni olvido- tiene otro aspecto que no termina de funcionar del todo: con el paso de la historia, Darín le va otorgando a su Kóblic una nobleza que genera una creciente empatía e identificación hasta convertirlo casi en un héroe (y vengador anónimo) mientras, por otra parte, los flashbacks nos recuerdan a cada rato que participó (aun con algunas actitudes de resistencia) de situaciones inhumanas. Esa contradicción moral, que podría haber sido uno de los aspectos más valiosos del film, aquí se resuelve de manera bastante esquemática y poco convincente.