Jumanji: En la Selva

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

La sorpresa de la secuela de Jumanji no es tanto que “no moleste”, sino que es sencillamente buena. Con la inteligente decisión de alejarse de la original, aunque manteniendo sí su espíritu y algún que otro homenaje a la primera parte, Bienvenidos a la selva destaca por un guión inteligente (para este tipo de películas ATP) que hace gala de sus efectos especiales, sin olvidar el desarrollo de sus personajes. Es casi una readaptación de la anterior entrega, de hace más de veinte años, pero para un público nuevo ávido de aventuras.

El comienzo de este film de Jake Kasdan (Bad Teacher, Sex Tape) ya anticipa el nuevo giro que tomará el clásico juego Jumanji, cuando éste se convierte mágicamente en un videojuego, como escuchando la queja del joven que lo recibe y se pregunta “¿quién disfruta de un juego de mesa hoy en día?”. El año de partida es 1996, el mismo año en el que supimos por última vez de las andanzas de Alan Parrish (Robin Williams), que recibe un simpático guiño a la mitad de la historia. Luego de capturar a su primer rehén, el juego permanece adormecido hasta encontrar el resto de sus jugadores veinte años más tarde, y ahora sí, estamos en el 2018 en medio de una aventura semi-retro con ironías varias sobre la vida digital-virtual.

Cuando cuatro alumnos de un colegio secundario (que, por supuesto, no podrían ser más distintos entre sí) se ven obligados a permanecer juntos en “detención” por diversos motivos, el juego se muestra ante ellos con la promesa de terminar este temporario aburrimiento. Claro que los jóvenes ignoran que Jumanji es mucho más que una manera lúdica de perder el tiempo: tras ser obligados a elegir un avatar, los estudiantes son succionados por el juego y ahí comienza la verdadera película.

Jumanji 2: Bienvenidos a la Selva utiliza una vieja fórmula multi-protagonista donde cada uno de los personajes tiene casi la misma importancia, y debe colaborar con el otro para seguir avanzando. La estructura de los videojuegos le ayuda a progresar de una manera dinámica, y el humor se potencia en situaciones absurdas y encuentra su mejor cara en la personalidad de Dwayne Johnson, a esta altura un verdadero maestro de la comedia física. Esta secuela probablemente no competirá con la primera parte (porque tampoco se lo plantea), pero sí sacará una sonrisa a los nostálgicos que se quedaron con ganas de más en su momento (niños en aquel entonces, adultos hoy), y al público nuevo que simplemente busca pasar un buen rato.