Julieta

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Magnífica obsesión

Pedro Almodóvar vuelve al melodrama y la relación madre e hija, esta vez sin excesos ni caer en lo telenovelesco.

Don Pedro ya no es el iracundo de los ’90. El rupturista de las formas a pura histeria ha dado paso, con el correr de los años, a un narrador que no le escapa a algún quiebre de las formas, pero retornando al melodrama clásico, al universo femenino y a la relación madre hija, que es donde mejor se ha sentido el director de Volver y Mujeres al borde de un ataque de nervios.

La agudeza, claro, se mantiene, porque Almodóvar taladra de nuevo en una obsesión suya y que tiene género: una madre. Aquí juega con la mutación, como en La piel que habito, pero distinto, ya que para interpretar a la protagonista se valió de dos actrices que no se parecen físicamente. Emma Suárez es la Julieta que lamenta, encerrada en su departamento, la ausencia de su hija, quien dejó de verla hace muchos años, y Adriana Ugarte es la Julieta joven.

Almodóvar construye su melodrama de a retazos. Julieta se cruza de casualidad en la calle de Madrid con la que era la mejor amiga de su hija, y entiende que “si no sale”, difícilmente pueda volver a encontrarla.

El por qué de la separación habrá que descubrirla en la sala.

Tanta mortificación tiene sus respiros, porque la película toma tres décadas (de 1985 casi al presente), pero yendo y viniendo en el tiempo. Como si Almodóvar quisiera dar pistas al espectador, que descubre fácil que la mejor etapa de la vida de Julieta, cuando fue feliz -cuando era libre-, fue en su juventud, y no ahora, que su vida es casi una catástrofe.

La película trata sobre el dolor, la angustia de no tener a mano -y no poseer- alguien tan amado como una hija. Julieta está incompleta, como muchas protagonistas del mundo almodovariano en el pasado. Está sola y si no comprende qué fue lo que pasó, probablemente siga con el alma corroída.

El juego de identidades con Suárez y Ugarte es un gancho que tira el realizador manchego antes que una necesidad, un requisito para construir la historia. Como son tan distintas la Julieta de los años ’80 y la actual -no ya en lo físico, sino se diría en lo espiritual, en el motor que las anima- no es fácil equiparar las actuaciones de Suárez y Ugarte. Por allí, como la última pareja de Julieta está Darío Grandinetti en un papel pequeño en tiempo, no tanto en peso.

Pero se sabe: cuando Almodóvar prefiere trabajar con la arcilla de sus personajes femeninos, el resto queda en un plano voluble.

Almodóvar no cae en lo telenovelesco. Tampoco en los excesos. De ahí que Julieta sea una película atípica, pero igualmente fácil de descubrir su autoría.