Joy: el nombre del éxito

Crítica de Rodrigo Chavero - El Espectador Avezado

Era de esperarse que David O. Russell , luego de dos años consecutivos de estar en la cima de su poder creativo, intentara continuar esa racha con un tercer film en el cual estén sus actores favoritos. Junto a Jennifer Lawrence, Robert De Niro y Bradley Cooper, se lanza ahora a un ejercicio biográfico intenso, recreando (muy libremente) la vida de Joy Mangano, una emprendedora brillante que rompió canones en los Estados Unidos hacia los 90.
Esta mujer desarrolló un producto en particular, el "trapeador milagroso", que serviría como puerta de entrada al mundo de las ventas por televisión y que no sólo la haría famosa, sino que le permitiría crear una empresa para seguir materializando sus iniciativas.
Pero no nos adelantemos. Russell escribe este guión junto a Annie Mumolo, sobre la figura de Mangano, mujer de la que se sabía poco, antes de su estrellato. Si bien hay muchas libertades creativas en el film (que han sido fogoneadas por la figura que lo inspiró, quien estuvo en contacto constante con los productores), "Joy" ofrece lo que en esta época el mercado quiere, ser la típica película de superación, esfuerzo y victoria con la que cualquier estudio gana premios. La cuestión es preguntarse, si eso hace a un film interesante y atrayente para todo tipo de públicos. Quizás, la respuesta no sea tan positiva.
Eso sí, "Joy", no es ni por lejos, de lo mejor de Russell. De no haber contado con Lawrence, probablemente el film hubiese tenido categoría televisiva básica, lejos incluso del nivel de las superproducciones de HBO y similares.
Joy decíamos, es una mujer divorciada, con dos chicos, que a principios de los 90', vive en una casa que se cae a pedazos (y es más que literal!) y es el único ingreso familiar de su núcleo. Su mamá, Terry (Virginia Madsen), no está muy bien de la cabeza y sólo se dedica a mirar novelas. Tampoco obtiene ayuda ni de su ex marido, Tony (Edgar Ramirez), inquilino quebrado que habita en el sótano de su casa, ni de Rudy (De Niro), su padre, que lleva adelante un taller que apenas sobrevive a las crisis de esos años.
Como mujer multifacética y decidida, Joy decide quebrar su destino marcado (el de un futuro pobre y marginal) y se lanza a desarrollar un producto para salir del lugar donde está e impulsar a su familia a mejorar sus perspectivas. Esta es entonces, la lucha de una madre dispuesta a pelear con todas sus energías para llegar a donde quiere ir y en ese lugar, sabemos que Lawrence se siente muy cómoda.
El recorrido a la cima no es sencillo y en él, Joy conocerá alguna gente que podrá apoyarla (Bradley Cooper es un secundario importante aquí) y otra que saboteará sin titubear el proyecto.
El problema de esta biopic es su extensión (innecesaria) y la obsesión de Russell por atosigar de conflictos al personaje de Lawrence. Ese frenético uso de los problemas para avanzar en la historia, no deja que cada actor dentro de su universo, desarrolle sus perfiles con trazos claros. Como el centro es Lawrence, el director la ubica todo el tiempo en escena y desgasta su empatía con el público, con el correr de los minutos.
El resultado no es malo, porque la historia (en definitiva) es un inspirador ejemplo de vida, pero en términos cinematográficos, no luce ajustada y potente, ni tampoco equilibrada. La talentosa Lawrence lleva adelante su trabajo, solvente y neurálgico hasta el final, sin bajar un cambio desde los primeros minutos, lo cual define un poco el tono de la cinta.
Párrafo especial para Russell en cómo muestra el proceso de creación de una obra, dentro del mundo del emprendedorismo. Ese es el mejor acierto del film (muestra desde el génesis la idea madre del producto que ella quiere crear, hasta su concreción última) y lo más atrayente para el público no familiarizado con esa técnica de diseño.
Sólo para apasionados por conocer a una emprenedora única (Mangano)o fanas de Lawrence, una talentosa todoterreno que se le anima a cualquier personaje con éxito en estos días.