Joy: el nombre del éxito

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Una deconstrucción a medias del sueño americano

Joy -2015- narra con ironía, aunque sin evitar la corrección política, la aventura de una emprendedora ama de casa que busca recuperar los sueños de su infancia a partir de la apuesta comercial de un invento hogareño para convertirse en una referente de todas las amas de casa como ella, que encuentran sus cinco minutos de fama en la pantalla chica.
La premisa de David O. Russell para hablar del sueño americano, con sus pros y contras, desde el pretexto de la historia de Joy (película y protagonista con el mismo nombre) resulta en primera instancia atractiva porque apela a la ironía sobre las telenovelas para no caer en la convencionalidad de la familia disfuncional indie, tópico trillado incluso en el cine mainstream de estos últimos años.
Ahora bien, David O. Russell no es Wes Anderson; la familia de Joy no son los Tenembaum, aunque la excentricidad a veces aparece, por ejemplo, en su madre –Virginia Madsen-, depresiva y obnubilada por las vulgares soap operas que transmiten los rayos catódicos, un padre ausente como el que interpreta Robert De Niro y una hermanastra que busca arrancarle el trono a toda costa. La única que parece confiar en Joy –Jennifer Lawrence, reciente ganadora del Globo de Oro- es su abuela –Diane Ladd- quien no ve la hora que su nieta termine de ser la Cenicienta en esa casa donde nadie parece respetarla.
El director de American Hustle -2013- estructura el relato desde una puesta en escena ambiciosa en que se fusiona la opaca rutina de la soñadora con segmentos donde su vida y derrotero encuentran similitudes con la irrealidad. Sin determinar un terreno onírico o alucinatorio per se, los elementos extraordinarios conducen al relato por momentos a un espacio de fábula o cuento, con personajes estereotipados y la moraleja esperable al final.
Joy no es necesariamente una reversión de la popular historia de Cenicienta, a pesar de existir paralelismos (si se busca, se encuentra) con algunas situaciones estaría faltando el elemento clave: el príncipe azul. Desangelado, pero no por ello menos emotivo, el film se despoja de inmediato de la crítica mordaz para relajarse en una trama que busca resaltar la auto superación, la auto eficiencia y el axioma del sueño americano al alcance de la mano, aunque las adversidades se presenten minuto a minuto.
Jennifer Lawrence nuevamente cumple con creces en su caracterización de esta aguerrida joven emprendedora que debe lidiar con oscuros personajes secundarios, a veces ambivalentes otras ingenuos y llevar a cabo una titánica tarea de recomposición. Bradley Cooper, esta vez no llega ni siquiera a convencer por el rol pequeño que le toca en el juego, a pesar de sus esfuerzos por llevarse los minutos en que la cámara descansa en sus ocurrencias y no en las de la actriz fetiche de Russell.
Con altibajos, sin perder el ritmo pero excesiva en la duración y tal vez ambiciosa desde la puesta en escena, Joy no supera el escalón de la más lograda American Hustle, pero tampoco defrauda en su tibio intento de deconstrucción del sueño americano.