Joy: el nombre del éxito

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Bien de “ciudadano de a pie” son las historias que cuenta David O. Russell. Personajes de la calle, del barrio, de la casa. Esos que sufren y gozan como cualquiera de nosotros, incluso si son delincuentes o con alguna patología que los marginan. Hay algo especial en eso. Una bella intención de encontrar esperanza donde parece no haberla, luz donde hay oscuridad y redención donde todo parece condenado a la tristeza. Así fueron sus obras previas “El lado luminoso de la vida (2013) y “Escándalo Americano” (2014), y también su último opus “Joy: el nombre del éxito”, basada en una historia real (¡ay!).

“Al menos una de ellas es real” reza una frase al principio. La búsqueda de empatía se conecta con Joy Mangano (Jennifer Lawrence). Como si fuese un cuento de hadas escuchamos una voz que le augura a la niña un futuro en el que inventará grandes cosas. Elipsis mediante, nos encontramos con un ama de casa divorciada y con tres hijos, que además tiene a su madre Ferry (Virginia Madsen) viviendo en la pieza de arriba, aislada del mundo exterior luego del traumático matrimonio con Rudy (Robert De Niro) e inmersa en un culebrón televisivo a lo “Dinastía” como si su vida dependiese de ello. Tony (Edgar Ramírez), su ex, no es ninguna maravilla por cierto. Una vez decidió dedicarse a perseguir su sueño de ser cantante y así se cayó la familia que había formado descansando en Joy (sin eufemismos para la ironía: Es el nombre, pero también significa alegría, en inglés) todo el peso de sobrellevar la “locura de todos” y aguantar también la que recibe en su trabajo, que por cierto no alcanza para llegar a fin de mes. Este cuadro de presentación de personajes se condice con esa particular forma de decir “había una vez…” del comienzo, porque Joy bien podría ser una versión urbana de la Cenicienta.

Puesto a contarnos cómo es que Joy tendrá una oportunidad para salir de esa situación exasperante para cualquiera. El director aborda esta producción con la loable idea de expresar que todo llega, y que cada uno debe creer en sí mismo para poder superar cualquier adversidad. Para ello, traza una bisectriz muy inteligente: un posible camino al éxito a partir de un curioso invento que facilita el trabajo del ama de casa. Luego llenará ese camino de palos en la rueda, tropezones y decepciones, como para ser casi una alegoría a la depresión, pero con la convicción del buen manejo de un humor que nace desde cierto dolor y que lo hace verdadero.

Por cierto, ya no hace falta destacar la calidad de los actores, pero sí volver a ponderar la dirección de los mismos. David O. Russell es realmente bueno ensamblando y manejando elencos para narrar el cuento. De hecho es el único que logró nominaciones al Oscar (algunos ganó) para las cuatro categorías de actuación durante dos años consecutivos.

“Joy: el nombre del éxito” adolece de alguna situación redundante o de un final algo estirado en la zona de definición respecto del ritmo de sus trabajos anteriores, pero al tratarse de una moderna versión de Cenicienta hay concesiones que son saludables hacer para disfrutar de una historia bien contada, con cierto lugar para la poesía urbana en algunas imágenes y claro, emocional.