Joven y bella

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Mi cuerpo, mi vida

La trayectoria cinematográfica del realizador francés François Ozon, integra entre otras cosas una diversidad de títulos concentrados en el cine de género, pero también desde una óptica muy personal, jugando sobre los límites de su propio universo y entendimiento de lo que el cine representa. Las ideas que el director de La Piscina (2003) expone en sus películas, siempre representan alguna mirada transgresora ante convencionalismos y que por lo general dialogan intertextualmente con las costumbres burguesas en un eterno conflicto entre lo material y la libertad.

Pero, en Joven y Bella el pretexto de un relato concentrado en el despertar sexual de una adolecente perteneciente a esa burguesía, tan criticada, sirve de puntapié al cineasta para explorar los límites del deseo y el uso del cuerpo con fines de manipulación y poder, aunque y tal vez eso es lo que pueda criticarse, con juicio de valor y posición moral, no tan propia de Ozon y su particular canon de películas en las que la libertad no se cuestiona ni se castiga, como por ejemplo 8 Mujeres (2002).

A eso debe sumarse la incorporación de un melodrama familiar cuando uno de sus eslabones más débiles, en este caso la protagonista, quien una vez pasada la primera experiencia sexual decide prostituirse con una clientela cien por cien adulta y en la que todos los clientes la superan por varios años en edad, comienza a experimentar el desencanto de todo: no hay placer, no hay deseo y la apatía se contrapone a la acumulación del dinero sin un fin material, sino la mera acumulación.

Ese desencanto latente, que por motivos obvios no revelaremos aquí, crece y multiplica el drama, así como la conflictiva interna de Isabelle (Marine Vacth), cuyo nombre de fantasía es Lea, y toma otro cariz al conocer a Alice (Charlotte Rampling), primero en calidad de potencial clienta, pero después en un doble rol de adulta y espejo deformado de lo que puede terminar siendo su vida en caso de no cambiar. Ozon, no cae en la tentación de utilizar a Rampling como contraste entre juventud y senectud, sino que también explora su personaje maduro desde la conflictiva del deseo y la apatía desde otro nivel de exposición.

Ahora bien, el problema de Joven y Bella radica entre otras cosas en la mixtura de elementos que desconcentran y no clarifican el rumbo de la historia, mas allá de sus méritos en lo que a dirección de actores respecta.