Joven y bella

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Corolarios públicos de la intimidad.

Sin lugar a dudas el caso de François Ozon es sumamente raro para lo que suele ser el promedio del panorama cinematográfico actual, no sólo francés sino también internacional: mientras que la mayoría de sus colegas pretende descubrir su nicho lo más rápido posible con vistas a solidificarlo y generar esa mentada “previsibilidad comercial”, desde mediados de su carrera el director parece haberse decidido por el camino exactamente opuesto, orientado a diversificar su producción. Así las cosas, durante la última década el señor ha estado paseándose por una pluralidad de géneros con buenas intenciones y una poca fortuna por demás paradójica, en la que prevalecen su sinceridad, corazón e inocencia todo terreno.

Por supuesto que a pesar de su talento y actitud proactiva, tanto inconformismo no le ha alcanzado para llegar al nivel cualitativo de aquella primera tanda de películas, el mojón a partir del cual se valoraría lo realizado a posteriori. Ya sea que consideremos los thrillers de raigambre hitchcockiana como Regarde la Mer (1997), Los Amantes Criminales (Les Amants Criminels, 1999), Bajo la Arena (Sous le Sable, 2000) y La Piscina (Swimming Pool, 2003), o las comedias sardónicas como Sitcom (1998) y Gotas que Caen sobre Rocas Calientes (Gouttes d'eau sur Pierres Brûlantes, 2000), los comienzos de Ozon acumulan un vigor y un lirismo inigualables, factores que en la etapa siguiente se verían muy atenuados.

Si bien la simpática En la Casa (Dans la Maison, 2012) constituyó un regreso a su mejor época y hasta parecía la apertura de un nuevo ciclo que quebraría la mediocridad de la andanada de proyectos -dignos aunque olvidables- que la precedieron, lamentablemente Joven y Bella (Jeune & Jolie, 2013) reinstaura la dubitación e inconsistencia que venían caracterizando a la obra del parisino. La trama en un primer momento apela a todos los engranajes de los relatos de “despertar sexual”, luego vira hacia las citas explícitas para con Belle de Jour (1967) y finaliza dentro del marco de los dramas familiares, en lo que funciona como otro ejemplo de esa típica estructura esquizofrénica del Ozon más inquieto.

El cameo de Charlotte Rampling y la excelente labor de Marine Vacth como la señorita acaudalada de turno, quien de la noche a la mañana decide convertirse en una escort de lujo, compensan en gran parte un desarrollo en piloto automático que no ofrece ninguna novedad significativa que se distancie de tópicos recurrentes del imaginario cinéfilo galo como el erotismo voyeurista, una vulnerabilidad a flor de piel, la curiosidad adolescente, las inclinaciones sadomasoquistas y los corolarios públicos de una intimidad al margen de lo “socialmente aceptable”. La prolijidad e inteligencia de Ozon impiden que el opus caiga en el tedio pero no pueden corregir su ambivalencia inconducente, esa vacuidad sin alma…