Joven y bella

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Al final de la infancia.

En "Joven y bella" Francois Ozon describe la experiencia de una chica de 17 años que se prostituye sin culpa en un ambiente de comodidad económica y contención familiar.

El universo femenino atravesado por pulsiones, mandatos, hábitos y condicionamientos resulta un gran tema para cualquier guion. El director Francois Ozon ha logrado distintas aproximaciones sensibles, con más o menos concesiones, desde la versión de Potiche, a Bajo la arena o La piscina, pasando por la festiva Ocho mujeres. La sexualidad ligada a la adolescencia y la prostitución como experiencia consentida son cuestiones que el director encara en Joven y bella, a través del personaje de Isabelle, con Marine Vacth en el rol protagónico.

La actriz que responde a la caracterización del título recorre la decisión y el experimento de su personaje con varias marcas de actuación que recuerdan a Belle de jour (Buñuel, 1967). Aquella película con la bellísima e inexpresiva Catherine Deneuve es un clásico siempre interesante a la hora de pensar la relación entre sexo, mujer y conceptos de libertad individual.

Isabelle se mueve casi sin peso, etérea, impávida, callada, inexpresiva, por encima de las circunstancias familiares. Es una chica de 17 años que estudia Literatura en La Sorbona. Vive con su madre, su hermano menor y el padrastro, confortablemente, sin apuros económicos ni traumas personales. Los datos cierran el atajo de las explicaciones sobre los motivos que la llevan a prostituirse por un buen puñado de euros.

La película se plantea como una ficción, la historia de Isabelle en relación a esa búsqueda que se le escapa a ella misma y que deja al espectador en medio de un dilema de educación, y, más allá, de crisis cultural, en sentido amplio, como le gusta a Ozon. El director intercala algunas canciones pero en Joven y bella la música simplemente distiende las escenas y no llega a ser un personaje. Ozon expone la relación de Isabelle con sus clientes, siempre hombre maduros, hasta hacer foco en Georges (Johan Leysen).

Durante un año lectivo la chica desarrolla la doble vida, mientras en la casa se habla de todo y las cosas parecen bajo control, con la liberalidad necesaria para que cada miembro de la familia se sienta a gusto. Pero Isabelle busca otra cosa.

Marine Vacth responde al rol y expone su cuerpo pequeño y delgado a la cámara que no lo abandona. Las escenas eróticas responden al concepto de Ozon sobre el cuerpo, la seducción y un enigma difícil de revelar. La explicación psicologista no alcanza, aunque Ozon la expone, y la película expresa un modo de abandonar la infancia para siempre. También el dinero es un signo potente en manos de Isabelle. Acompañan a la protagonista, intérpretes creíbles, sin sobreactuaciones, medidos, alejados del escándalo: Géraldine Pailhas como Sylvie, la madre; Frédéric Pierrot, Patrick, el padrastro, y el estupendo Fantin Ravat, Víctor, el hermano preadolescente, logran el universo de normalidad que provoca más extrañamiento al compararlo con la conducta de Isabelle.

El tema es mostrado como una preocupación que jamás desborda hacia el drama convencional. En todo caso, Isabelle, al comienzo de su vida adulta, es una metáfora del peligro de los dos adjetivos del título. Se lo dice una bella mujer madura, Charlotte Rampling, en una escena que agrega la dosis necesaria de ternura y comprensión mutuas.