Jersey Boys: Persiguiendo la música

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

La canción sigue siendo la misma

A los 84 años, Clint Eastwood ya ha hecho casi de todo como actor y director. Entre las pocas cosas que le faltaban concretar detrás de cámara figuraba un musical (El guerrero solitario y Bird no califican en el rubro). Finalmente, llenó incluso ese casillero pendiente con esta transposición de uno de los shows de Broadway más exitosos y longevos (casi una década en cartel) basado en la historia real de Frankie Valli y los Four Seasons. Y, aunque no estamos ante uno de los mejores exponentes de su filmografía ni tampoco frente a una propuesta que vaya a conmover a los cultores de este género clásico, se trata de un largometraje amable y honesto, trabajado con ese estilo quizás a esta altura old-fashioned pero siempre bienvenido, con ese medio tono que caracteriza al querido Clint.

Si bien tiene una coda que incluye el momento en que los Four Season son incorporados al Salón de la Fama del Rock en 1990, el film arranca en 1951 y recorre desde la formación de la banda hasta su ascenso a la fama y su repentina disolución, que desembocó en una larga carrera solista de Valli, un cantante que se hizo popular entre los jóvenes con su falsetes en temas como Sherry, Big Girls Don't Cry, Walk Like a Man, I've Got You Under My Skin, Grease y Can't Take My Eyes Off You.

El inicio de Jersey Boys remite al cine de Martin Scorsese con esa pintura de la comunidad italiana en Nueva York (en este caso de Belleville, Nueva Jersey), con sus mafiosos (está muy bien Christopher Walken como el principal gangster local) y sus delincuentes de poca monta. A uno de ellos, Tommy DeVito (Vincent Piazza), se le ocurre -mientras entra y sale de la cárcel- formar un grupo y convoca a su amigo Frankie Valli (John Lloyd Young) para que se sume como cantante principal. Es el inicio de un largo y bastante tortuoso camino que incluirá conflictos con managers, productores musicales, prestamistas y -claro- familiares.

El film no es particularmente gracioso (aunque Eastwood se permite incluir unas imágenes suyas de Rawhide, la serie que lo lanzó a la fama a fines de los años ’50), la estructura a-la-Rashomon que incluye constantes cambios en la narración en off con miradas a cámara a-la-House-of-Cards no aporta gran cosa, las escenas musicales no son demasiado inspiradas (la mejor es la que acompaña los créditos finales con todo el equipo participando de una coreografía), los conflictos dramáticos son muy básicos (nada que no se haya visto en La Bamba, The Commitments: Camino a la fama, etc.) y, sin embargo, Jersey Boys no… desentona. Es allí donde aparece Eastwood para moldear un material decididamente ajeno (en todo sentido) a su gusto, con su rigor, con esa sabiduría y ese aplomo que lo han convertido en el último reservorio del clasicismo hollywoodense. Sólo por eso ya vale la pena acercarse a este film noble y menor del viejo maestro.