Invitación de boda

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

PADRE E HIJO

En Invitación de boda, la directora Annemarie Jacir narra una suerte de road movie urbana en la que un padre y su hijo (Mohammad y Saleh Bakri, padre e hijo en la vida real, ambos extraordinarios) salen a repartir las invitaciones del casamiento de la hija y hermana, respectivamente. El padre es un ex profesor muy reputado en Nazaret, mientras que el hijo hace un tiempo que vive en Italia y está de novio con la hija de un palestino de la OLP expatriado. Esa diferencia es la primera de las muchas que la película irá explorando, cuando los personajes comiencen a visitar parientes, amigos y conocidos. Pero además esos dos personajes, en ese auto, en esa ciudad, comenzarán a tener los chispazos obvios que van desnudando las distancias generacionales que los enfrentan, entre mandatos culturales a respetar o subvertir.

Es cierto que Invitación de boda no se aparta de lo reconocible, ni de un esquema previsible de acción y reacción, pero hay algo en el contexto que la hace sobresalir del resto de las películas que cuentan los conflictos y dilemas de los habitantes de Medio Oriente: apela a la risa, a la comedia como mecánica para exorcizar su mirada sobre la realidad cultural, política y social. Si mucho de este tipo de cine apuesta, en su costado mainstream (como el que el film de Jacir representa), por el drama sórdido y manipulador, aquí hay una ligereza en la mirada que proviene también del registro costumbrista que la directora maneja con inteligencia. Lejos del regodearse en el “así somos los palestinos” -algo típico del cine argentino-, lo que expone este film son tanto las contradicciones como los dilemas de un sistema de valores como el que sostiene a ciertos imaginarios. En ese sentido, es también notable la forma en que la película riza el rizo de su premisa explorando múltiples puntos de vista sin repetirse ni sonar forzada en el recorrido de sus protagonistas.

Pero donde Annemarie Jacir termina de comprobar su solidez como narradora es en el desenlace de Invitación de boda. Como buena road movie, el final del recorrido debe suponer una enseñanza. Si por momentos la película parece sucumbir a cierta remarcación y subrayado, hacia el final esquiva un componente melodramático que estaba a mano y acechaba peligrosamente al relato. Esa escapada por la norma a la que un film convencional hubiera recurrido la ennoblece y demuestra la honestidad de la directora, por fuera de las manipulaciones cotidianas del cine más miserabilista.