Inseparables

Crítica de Diego Batlle - La Nación

En Inseparables, dos diferentes que se complementan

Son muchas las películas argentinas que han tenido remakes en Hollywood, en el resto de América latina y hasta en lugares insólitos como Corea del Sur, pero no es habitual -como sí ocurre en el teatro comercial- que aquí se adapten historias extranjeras en el ámbito del cine. Amigos intocables (Intouchables) resultó un éxito mundial hace cinco años y fue Marcos Carnevale el encargado del guión y la dirección de la versión local de aquel film francés.

Más allá de los lógicos y bienvenidos cambios de rasgos, improntas, características y diálogos entre el original galo y la remake criolla, hay que decir que el creador de Elsa & Fred, Viudas y Corazón de León optó por respetar y sostener todo aquello (tragicómico) que tan bien funcionaba en la primera película. El otro acierto fue la selección del casting: Rodrigo de la Serna y Oscar Martínez tienen buena química en las diferencias de clase, de orígenes, de formaciones y de personalidades. Al final de cuentas, la película -políticamente correcta en su declaración contra los prejuicios- es una exaltación del encuentro y la comprensión en medio de las dificultades y las disparidades. Los opuestos se atraen y se complementan, dicen los dichos populares, y esta historia -tierna y tranquilizadora a la vez- no hace otra cosa que confirmarlos.

Los protagonistas son Felipe (Martínez), un millonario tetrapléjico (sólo tiene movilidad del cuello para arriba) que está harto de la compasión y la lástima ajena, y Tito (De la Serna), el típico chanta porteño que pasa de ser su ayudante de jardinería a asistente full-time pese a no tener nada de experiencia (ni ganas) de cuidarlo y ayudarlo con la comida y el aseo. Sin embargo, Tito -que sobrelleva una vida familiar decididamente disfuncional- tiene las agallas, la irreverencia y la capacidad de disfrute que al otro le faltan.

Más allá de la fluidez que Carnevale le imprime al relato y de la ductilidad de ambos protagonistas, no todo funciona de la misma manera: la película apela muchas veces a oposiciones un poco torpes y subrayadas (el cinismo vs. la emoción, Vivaldi vs. la cumbia "El bombón asesino" y sigue la lista), a cierto sentimentalismo exacerbado y a una musicalización ampulosa y subrayada a cargo de Gerardo Gardelín, más propia de un cine argentino de hace tres o cuatro décadas. Aun con esos reparos -y de que siempre será preferible un guión original a otro "prestado" de Francia-, Inseparables es un producto que funciona con dignos recursos y se termina disfrutando.