Infierno al volante

Crítica de Fernando López - La Nación

Nicolas Cage llega del infierno y arma un sangriento festín de violencia en 3D

Por supuesto que nadie tomará en serio esta desenfrenada historia de venganza en la que un Nicolas Cage escapado del infierno va dejando a su paso (vertiginoso, claro, aunque a veces tenga que arreglárselas poniéndose al volante de un auto prestado) un reguero de cadáveres, sangre, vísceras, ruinas, escombros, cenizas y chatarra. No lo habrán hecho ni siquiera sus responsables, que parecen tener como objetivo acelerar al máximo el trámite entre el estreno del film y su desembarco final en alguna emisora de cable especializada en productos clase Z o alguna trasnoche de TV exclusivamente destinada a jóvenes plateas masculinas ávidas de atrocidades y truculencias para ser celebradas ruidosamente y en grupo. (El regodeo en el sadismo más perverso en tren de diversión -ya se sabe- no es el programa más tranquilizador para quienes estudian la influencia de los medios en la creciente violencia de la sociedad.)

Pero hasta en este tipo de productos puede hacerse gala de originalidad o al menos filtrar algunas pizcas de ingenio. En este caso, la primera está ausente y la dosis de ingenio es más bien exigua. Alcanza apenas para bautizar John Milton al vengador de chaqueta de denim y ralo pelo rubio que vino del infierno para rescatar a la nena que una secta satánica está por sacrificar en uno de sus sangrientos rituales, y sobre todo para permitirle a William Fichtner que se divierta con el papel del atildado, impasible e implacable Contador, ni más ni menos que la mano derecha del diablo.

Para cubrir la indispensable cuota de belleza femenina generosamente exhibida está Amber Heard, con su colección de minishorts y su disposición para sumarse encantada cada vez que la invitan a participar activamente de las escenas más violentas. Todo lo demás -cacerías en autos hiperpoderosos que suelen terminar volando por el aire, explosiones, incendios, persecuciones, disparos, hachazos y toda clase de objetos lanzados hacia la cámara, como para justificar (poco) el 3D- es lo de siempre. En una clave de paródico humor negro que tampoco es novedad, pero exagerado hasta el despropósito; con el también habitual desinterés por la lógica del relato y la atención puesta en que no pase un segundo de proyección sin acción, sin carnicerías, sin sexo o sin rugir de motores.

Algún secreto, inasequible para quienes no integran el nutrido club de aficionados a este tipo de entretenimiento, explica que la presencia de Nicolas Cage añada un atractivo especial. No será, seguramente, por su desempeño como actor.