Inevitable

Crítica de Daniel Cholakian - Fancinema

Pura superficie

Jorge Algora repite en Inevitable lo rasgos de un modo de realización que ya había mostrado en El niño de barro: una producción cuidada en tanto registro obsesivo del escenario, una construcción plástica realista y por momentos capaz de determinar más el relato que el vacío narrativo, una fotografía pretendidamente cuidada (esta película no sólo tiene salto de continuidad visual, sino también registros que sólo sirven para quebrar el sentido dramático incluso en el exceso visual) y por sobre todo, una notable carencia de ritmo narrativo.
Basada en Cita a ciegas, la obra de teatro de Mario Diament, la película cuenta la historia de un gerente de banco, hombre de altos ingresos y familia ordenada interpretado por Darío Grandinetti. Darío, conmocionado por la muerte súbita de un viejo compañero de trabajo a punto de ser despedido, conoce una mujer joven que lo fascina desde el comienzo. Descentrado, en crisis con su vida cotidiana, se encuentra con un viejo y famoso escritor ciego en el banco de una plaza, y será él quien le hable del amor, de lo inevitable del destino y de la muerte. La idea del amor y lo trágico desde la versión borgiana, donde ya no hay un Dios que sobredetermine al hombre, sino el destino, es central para entender esta historia de, por qué no, amor, locura y muerte. Ante esta nueva condición, el camino hacia lo inevitable, el amor y el destino propio será lo que busque a pesar de su mundo ordenado y previsible.
La trama tiene el apoyo de la solidez del relato de Diament, que cruza ideas del universo borgiano con La educación sentimental de Flaubert, pero el guión en muchos momentos no logra articular la idea de la infalibilidad de aquel amor único y el destino. Lo que circula en Inevitable -y nos parece muy pertinente el título de la película- semeja lo que estructura El muerto, cuento de Borges donde el protagonista sabe que todo amor no es inevitable, sino que lo inevitable es el destino que cada amor incluye antes mismo de ser amor.
Algora como director muestra el mismo registro que ya presentó en El niño de barro. La película carece de ritmo (aclaración, ritmo no es vértigo, sino un conjunto de relaciones internas de los elementos que lo componen, que regulan la tensión del relato, de acuerdo por supuesto a la intención del realizador y a la trama). Monocorde, el relato nunca alcanza la tensión necesaria para recuperar incluso las tensiones de los personajes. Inevitable parece por momentos más una parodia que una tragedia. El realizador nunca apela al fuera de campo, a los silencios, a los supuestos. Todo está dicho, todo está mostrado, todo está iluminado. La película así se pierde rápidamente e incluso el supuesto erotismo que carga -todo erotismo es una posible fuente de tensión entre los personajes que pugnan por la verdad de un amor- parece un cuidado ejercicio plástico.
Desaprovechando la fuente sobre la que está basada la película, Algora parece no entender profundamente aquello que elige contar. De este modo, en Inevitable lo que termina entregando es una obra banal y construida sobre la pura exterioridad.