Igualita a mi

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El abuelo cool

El nombre de Diego Kaplan en cine resuena a partir de un film poco recordado llamado ¿Sabés nadar? (1997), rodado enteramente en Mar del Plata y en el que Graciela Borges, junto a su hijo Juan Cruz, hacían de las suyas en un registro de comedia poco habitual para ese momento donde el cine nacional conservaba su cuota de costumbrismo y lugares comunes. Luego, llegaron algunas producciones interesantes para la televisión, como la irreverente ''Son o se hacen''; ''Mosca y Smith en el once'' o la bizarra ''Drácula'' estelarizada nada menos que por Carlos Andrés Calvo. Su carrera siguió por el terreno de la publicidad con productora propia, que trabaja con las firmas más importantes del planeta hasta la actualidad.

Por eso la unión con Adrian Suar (otro referente indiscutido de la televisión argentina de los últimos años) en esta comedia dramática coprotagonizada junto a Florencia Bertotti acusa un ritmo televisivo que se ajusta adecuadamente al registro y tono de la trama.

Igualita a mí, a diferencia de Un novio para mi mujer (la anterios comedia romántica protagonizada por Adrian Suar y dirigida por Juan Taratuto) cuenta con todos los ingredientes necesarios para hacer que fluya una comedia de situaciones, que por un lado apuesta a los equívocos y enredos para encontrar en lo cotidiano rasgos de humor y por otro deja que afloren los sentimientos de sus personajes a partir de acontecimientos sencillos, sin dar la sensación de impostura o artificio. Con un guión bien escrito por los debutantes Juan Vera y Daniel Cúparo, dotado de lenguaje coloquial y diálogos creíbles que, sumados a las naturales interpretaciones del elenco, se hacen amenos.

La historia arranca en el año 1987 en una alocada noche de adolescentes en el legendario boliche Bamboche donde Freddy seduce con su carisma a una chica que baila desenfrenada un tema de Los Pericos. Elipsis mediante, lo tenemos al mismo Freddy (Adrián Suar) utilizando los mismos artilugios de seducción, pero esta vez en el boliche Tequila en el año 2010 reflejando el prototipo de playboy argento. Basta un rápido vuelo por su rutinaria vida para darse cuenta de que el hombre es un metrosexual, soltero y chanta, que huye a cualquier compromiso aludiendo que de esa manera se siente libre. Sin embargo, en una de esas noches de diversión se topa con Aylín (Florencia Bertotti), una joven 20 años menor que él dispuesta a darle una noticia que sin lugar a dudas cambiará para siempre el rumbo de su existencia y lo hará tomar –paulatinamente- conciencia sobre su conducta inmadura, su presente y su futuro.

Si hay algo que pueda destacarse de esta historia de afectos y uniones familiares en tiempos donde la fragmentación parental es moneda corriente, eso es -sin llegar a un análisis muy profundo- la transformación progresiva que cada personaje atraviesa en el proceso de cambio de roles. En el caso de Freddy transformarse de la noche a la mañana en padre y abuelo a los 40 y pico, y en el caso de Aylín convertirse en madre e hija al mismo tiempo. Esa progresiva adaptación encuentra en el relato un tiempo y ritmo sostenido que no decae y se nutre de una serie de episodios que rozan el costumbrismo, lo cómico o lo agridulce proporcionalmente en un equilibrio dramático que Kaplan sabe llevar apelando, incluso, a un buen contrapunto con personajes secundarios bien construidos, como por ejemplo la madre de Aylín o el hermano de Freddy, entre otros.

Sin mayores pretensiones que las de contar una historia sencilla e identificable con un gran sector del público, Igualita a mí es un buen ejemplo de cine comercial y masivo con buena calidad artística, elementos que a veces parece difícil conjugar cuando de cine argentino se trata.