Ida

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Loco x el Cine

El espacio vacío

Un buen narrador es que el que puede explicar lo mismo con cinco palabras que con cien. Un buen realizador cinematográfico es aquel que confía en la sugestión de las imágenes, en el poder de un encuadre para narrar mejor que cualquier diálogo, en la expresividad minimalista de un actor para contar con solo una mirada o una sutil contorsión facial, aquellos que otros necesitan expresar a los gritos.

Ida, del polaco Pawel Pawlikowski, es una gran ejemplo de buena narración audiovisual. La economía de recursos visuales de su director complementado por un guión que dosifica la información por escenas, brindando lo necesario para comprender el relato, y confiando en la inteligencia y comprensión del espectador para llenar los espacios vacíos, es lo más interesante de este film que se sostiene gracias a las potentes interpretaciones de las actrices Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska.

Filmada en formato fílmico blanco y negro, Ida nos lleva al cine polaco/soviético de los años 60. Con influencias de los primeros Andrzej Wajda o Andrei Tarkovski – hay planos que parecen inspirado por La Infancia de Iván – la película del director de Mi Verano de Amor narra la historia de Anna, una novicia aspirante a monja de un convento aislado del mundo urbano, rodeado por la fría nieve del invierno europeo, cuya misión antes de tomar los votos, es conocer a una tía de la ciudad, único pariente que le queda vivo.

La tía Wanda, una jueza depresiva y alcohólica, le informa a su sobrina que su verdadero nombres es Ida, y que sus padres eran judíos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. La joven Anna/Ida, que hasta el momento era sumisa y callada, pretende descubrir su pasado y visitar la tumba de sus progenitores. Su tía la acompañará al pueblo donde nació, para descubrir el destino de sus cadáveres, supuestamente desaparecidos.

De dramón con implicancias religiosas/existencialistas al mejor estilo Bruno Dumont, Ida se va transformando en una road movie con pequeños momentos humorísticos y románticos, incluso, para derivar en un thriller acerca de un pasado que todavía estaba muy fresco dentro de la mente polaca de la década del 60, fecha en la que supuestamente sucede el relato si se tiene en cuenta la música y el vestuario

El contraste entre ambas mujeres, una que vive en la reclusión, la negación y la represión religiosa, y la otra que ya ha vivido todo tipo de excesos y atraviesa la soledad, como única alternativa, es un motor para dejar de lado la excusa narrativa y fijarse en los personajes. Personajes que descubren nuevas facetas en su interior – el despertar sexual en el caso de Anna/Ida, un perfil maternal del lado de Wanda – permite que exista una necesaria tensión entre ambos personajes, que previsiblemente se van a ir retroalimentando uno con el otro, y también, reencarnando.

Además de la fría y preciosista fotografía que es similar a la de otro film reciente, La Cinta Blanca, de Michael Haneke, un detalle muy interesante de la puesta en escena y la construcción de encuadres es el “aire” o “espacio vacío” que existe sobre la cabeza de los personajes. En general, se intenta no dejar demasiado espacio libre en las escenas de planos cerrados. Es desprolijo. Pero aca, Pawlikowsky lo utiliza en términos poéticos/metafóricos, como si quisiera subrayar la presencia o ausencia de un ente, fantasma o figura religiosa por encima de los protagonistas. Es cierto que existe un desbalance en el equilibrio estético de cada encuadre, pero por alguna razón esto no influye en la visualización de la película. Por el contrario, incrementa la sensación de que hay muchas cosas que no son explicadas, y a veces es mejor no buscar esa explicación, esa respuesta.

Apelando a la sensualidad de la austeridad y la expresión facial mínima de Trzebuchowska, que le aporta a su Anna/Ida, frescura e inocencia dentro de una mirada inteligente, en un cuerpo que madura al tiempo que se desarrolla el relato, Pawel Pawlikowski consigue que un drama histórico no caiga en sentimentalismos ni moralina o regodeos de golpes bajos – que los tiene, pero nunca son subrayados – se dice lo necesario para impactar mas no crear escenas efectistas. Todo lo que sucede delante del camino de Ida, incluso el contexto político-social que la rodea, la ayudan a cuestionar su ideología y creencias, poner a prueba su fe, descubrir sentimientos y sensaciones, madurar. El resto es decorado.

Un buen narrador es que aquel que convierte lo clásico en moderno sin pretender resaltar por eso. Aquel que reduce el drama grandilocuente en un pequeño verso reflexivo. Aquel que deja un espacio vacío, para que el interlocutor pueda