Ícaros

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Travelling sobre el agua. Un canto que se adivina milenario en esa voz aguda de Wasanyaca (la madre del protagonista) junto a una particular banda de sonido generada por el entorno. Siempre hubo en toda civilización un enorme respeto por los ancestros y su palabra sabia, lo cual le da a la voz en off del chamán Sene Nita, al comienzo, una presencia trascendental cuando cuenta una vieja leyenda. La de un árbol especial que daba frutos a la orilla del río y de los cuales, al caer en él, se alimentaban los peces que por su pureza se transformaban en pájaros. Acaso los Icaros del título.

Las imágenes van de a poco instalándonos en un lugar en donde el paso del tiempo es apenas circunstancial porque está naturalizado en sus habitantes. El ritmo de vida acompaña al impuesto por la geografía del lugar en el cual también habita Mokan Rono, un joven que guiado por sus mayores está a punto de emprender su “dieta”. Su jornada en busca de la experiencia.

“Icaros” nos introduce directamente en el corazón de los Shipibo, uno de los pueblos originarios del Perú, con el río Ucayali como testigo. El viaje de Mokan Rono tiene que ver con atravesar una etapa de la vida en la cual se mancomuna y se aprende el respeto por los seres vivos. Gracias a esas bellas imágenes, captadas por la cámara curiosa de Georgina Barreiro, todo se vuelve esclarecedoramente lúdico. En especial cuando los más viejos cuentan viejas travesuras, o con las preguntas del propio Rono.

Un bosque, Árboles cuyas copas observan desde la altura. Guía y guiado andan los senderos. “Por aquí viven muchos hombres pero no los vemos. Hay muchos buenos hombres pero otros son malos” Un bosque. Una cascada. Un arroyo…

“Icaros” es un documental, pero también una poesía sobre otros tiempos.