Hellboy

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

Sin Del Toro, no hay torazo

Personaje de culto del mundo del cómic que alcanzó un alto nivel de exposición tras las adaptaciones que lo trajeron al cine en 2004 y 2008, a cargo de Guillermo del Toro mucho antes de ningún Oscar, Hellboy se ganó una extraña popularidad. Sin llegar al nivel de un Avenger o un Superamigo, la criatura infernal salida de la mente del historietista Mike Mignola acrecentó su legión global de fanáticos a partir de su llegada a la pantalla grande. La cosa derivó en un idilius interruptus cuando el cierre de la trilogía proyectada por el director mexicano quedó trunca. Pero volvió a renacer hace menos de dos años cuando Mignola anunció el relanzamiento de la franquicia con Neil Marshall como director y el actor David Harbour (el comisario de Stranger Things) a cargo del rol protagónico, en reemplazo del icónico Ron Pearlman.

A diferencia de otras sagas de superhéroes relanzadas, como Batman o El Hombre Araña, Marshall moderó las redundancias, limitando la cuestión del origen del personaje a una serie de flashbacks al paso, para concentrarse en la nueva historia. También recurrió al universo de brujas, personajes míticos, sociedades secretas y viejas leyendas del folklore europeo que conforman el ecosistema clásico del personaje en su versión impresa. Pero de manera menos personal que en las versiones de Del Toro, de forma mucho más obediente y, por lo tanto, literal. En ese sentido la nueva Hellboy es menos una adaptación que una mera trasposición de la obra del papel a la pantalla.

Estas condiciones no podían generar otra cosa que un producto de factura seriada, previsible, por momentos pasado de rosca y, peor, sin la personalidad de los trabajos de Del Toro, cuyo cine podrá gustar más, menos, mucho o nada, pero a quién no se le puede negar el rango de autor. El asunto del maquillaje también merece un breve apartado que no incluirá elogios precisamente. Lejos de la precisión de lo realizado para convertir a Perlman en Hellboy en los films anteriores, acá el pobre Harbour (que a priori no era para nada una mala elección) debe lidiar con una máscara que limita in extremo sus posibilidades expresivas. Por supuesto tampoco hay que olvidar que Perlman nació con esa cara, perfecta para interpretar este tipo de roles contrahechos o monstruosos casi sin necesidad de protesis adicionales. Basta recordar su trabajo como hombre de las cavernas en La guerra del fuego o el monje jorobado de El nombre de la rosa, ambas Jean- Jacques Annaud, para darse cuenta que no puede haber un mejor Hellboy que él.