Hannah Arendt

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Dramatización de una tesis filosófica

La propuesta fílmica de Margarethe von Trotta ofrece un retrato de la filósofa Hannah Arendt (Barbara Sukowa), concentrándose en los años en los que ella asiste al juicio al criminal de guerra nazi, Adolf Eichmann, y luego escribe artículos sobre el tema para la revista The New Yorker.

Los hechos ocurren entre 1961 y 1964. Hannah vive en Estados Unidos con su marido Heinrich Blücher (Axel Milberg) desde que fugaron del nazismo en 1933. Ambos, alemanes de origen, habían huido a Francia, pero cuando este país fue ocupado por las fuerzas de Hitler, fueron arrestados y recluidos en un campo de concentración del cual lograron escapar gracias a amigos influyentes que los rescataron.

Cuando detienen a Eichmann en Buenos Aires y lo trasladan a Israel para someterlo a juicio, The New Yorker le pide a Arendt que cubra el evento como periodista y escriba sobre el tema. La escritora viaja y allá se encuentra con viejos amigos judíos a quienes quiere mucho pero con quienes mantiene algunas diferencias de opinión sobre los sucesos que todos habían sufrido.

La película de Von Trotta intenta reproducir, en clave biográfica, la polémica que se generó a partir de los controversiales artículos que Arendt escribió sobre el caso, ofreciendo un pantallazo, mediante el recurso de la inserción de raccontos, sobre los comienzos de su formación intelectual, cuando fue la discípula preferida de Heidegger, a quien considera su maestro porque dice “le enseñó a pensar”.

Todo el tema del film gira en torno al debate acerca del nazismo, que dividió a los intelectuales europeos y dejó heridas difíciles de cicatrizar. Precisamente, Arendt era judía y Heidegger simpatizó con el régimen. Un dato que los detractores de la filósofa tomaron muy en cuenta al momento de criticarla, por sus opiniones acerca del Holocausto, en las que de algún modo ella no dejaba libres de culpas a los judíos.

En el film también se insertan fragmentos de las filmaciones originales del juicio a Eichmann, en un contexto de ambientación muy fiel a la época en el cual se desarrollan las demás escenas, las que, siempre con la figura de Arendt en el centro, transcurren mayormente en su departamento de Nueva York o en casa de amigos en Jerusalén. Amigos con quienes discute, muchas veces fervientemente, acerca de esas cuestiones en las que discrepan.

La publicación de sus artículos, en los que ella se concentra en el aspecto filosófico del mal, más que en la crónica política de los hechos, cae como un balde de agua fría en la comunidad judía, la que empieza a difundir la versión de que Arendt es pronazi. La polémica, condimentada con amenazas anónimas y persecuciones de la Mossad, hasta pone en peligro su cátedra universitaria.

Von Trotta retrata a una Arendt valiente y apasionada que defiende a ultranza sus ideas, aun cuando reciba el rechazo de algunos de sus amigos más queridos. La experimentada actriz Barbara Sukowa consigue transmitir la complejidad y profundidad de la figura que tiene que representar, aunque los demás personajes aparecen más esquematizados en sus roles repartidos entre aliados y detractores. No obstante, hay que considerar que la época se prestaba a ese tipo de esquematismos maniqueos.

En síntesis, la propuesta intenta ser una dramatización de una tesis filosófica protagonizada por personajes reales y basada en hechos reales. Von Trotta consigue un resultado respetable ante semejante desafío, aunque por momentos la simplificación de los planteos es un poco excesiva y en general, se da por sentado que el espectador está informado sobre los hechos y personas que se mencionan.

Vale como divulgación e introducción al pensamiento de una de las intelectuales más interesantes del siglo XX.