Hannah Arendt

Crítica de Josefina Sartora - Otros Cines

Una vida de película...

Una de las más importantes filósofas del siglo XX, Hannah Arendt es célebre por su frase “la banalidad del mal”, hoy utilizada y bastardeada con tantos fines disímiles. Precisamente, el film de Margarethe von Trotta aborda la biografía de esta pensadora focalizando en los momentos que rodearon la gestación de su famosa sentencia.

Arendt logró escapar de las persecuciones nazis en Alemania y Francia, y se exilió en Estados Unidos, donde fue profesora en la New School de Nueva York. Cuando Adolf Eichmann fue secuestrado por el Mossad en la Argentina, trasladado y sometido a juicio en Israel, en 1961, Arendt -quien había publicado Los orígenes del totalitarismo- viajó a cubrir esa noticia para la revista New Yorker. Las escenas del juicio son documentales, de archivo.

Esa experiencia generó en Arendt una intensa reflexión sobre la naturaleza del mal, del mal en estado puro, absoluto, y del mal ejercido por un burócrata como lo era Eichmann, un hombre mediocre que sólo sentía que debía cumplir órdenes, irreflexivo, sin cuestionarse que, como coordinador de los traslados en masa de seres humanos a los campos de concentración, estaba cometiendo un crimen monstruoso. Esa actitud del genocida inspiró su libro Eichmann en Jerusalén. Un reporte sobre la banalidad del mal. A una mirada poco ortodoxa sobre los crímenes nazis, se sumó la acusación de que los líderes de los consejos judíos no hicieron todo lo posible para impedir el genocidio, y llegaron a colaborar con él. Arendt encendió así una polémica que le valió el repudio de toda la comunidad judía en Israel y los Estados Unidos, donde los exiliados habían establecido un núcleo social cuyo poder se impone todavía.

Barbara Sukowa y Von Trotta son viejas compañeras en la tarea de dramatizar la historia. Entre otras, Sukowa fue su Rosa Luxemburgo, y su interpretación de Arendt le está muy próxima. Ambas ponen su cuidado en registrar el proceso mental con el que fue elaborando sus teorías, y el peso del film recae en su presencia en casi todas las escenas. Junto a ella, como su secretaria, aparece Julia Jentsch (Sophie Scholl). El resto de los personajes secundarios resulta muy lavado, casi estereotipos, y es muy floja la dirección de actores. Su amiga mencionada sólo como Mary era la escritora Mary McCarthy, otra importante intelectual progresista que también se negó al pensamiento binario.

Algunos flashbacks muestran su famosa relación con Martin Heidegger, quien en su juventud había pasado de ser su maestro de pensamiento a su amante oculto, todo ello antes de la guerra y del apoyo del filósofo al régimen nazi. Pero esta relación no está desarrollada. Cuando ha estallado la polémica, un amigo de Arendt declara que “prescindirá de la amistad de la discípula de Heidegger”, insinuando que ella también era filo nazi.

Hay una breve referencia al pasado sionista de Arendt, que ella califica como “pecado de juventud”. Es una lástima que tampoco se profundice este tema, ya que la pensadora había sido crítica del sionismo, deseando una Palestina compartida por dos naciones en estado de igualdad. Estas y otras superficialidades del guión –la obsesión por mostrar la dependencia del cigarrillo de la protagonista es una de ellas- han provocado que la crítica, jugando con la famosa frase, hablara de “la banalidad de Hannah Arendt”. Sin embargo, pese a su verborragia, el film se ve con interés, presenta una adecuada recreación de la época y del ambiente intelectual de Nueva York -en interiores, que no fueron filmados allí-, y un digno trabajo de Sukowa.