Hambre de poder

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Hambre de poder: discreta fábula capitalista

La historia de Ray Kroc y los hermanos McDonald es apasionante: cómo el señor Kroc, ambicioso, llegó a San Bernardino, California, conoció a los hermanos Mac y Dick McDonald, cómo se asoció con ellos, les compró la marca, o cómo los acorraló para lograrla. También la disputa entre modelos de negocios distintos, entre la responsabilidad sobre el producto y el producto como medio para una mayor rentabilidad.

En algunos momentos, este relato plano es ganado por la historia de base, cuya fuerza se impone a las formas convencionales -e incluso menos que eso- del director John Lee Hancock, que en El sueño de Walt había sido aún más blando que en esta película, y con flashbacks de pacotilla. Aquí las cosas son por suerte más lineales, y brilla el trío actoral principal, Michael Keaton, Nick Offerman y John Carroll Lynch (sobre todo Offerman, que demuestra una vez que la comedia de gestos contenidos suele ser el mejor entrenamiento para un intérprete).

Uno puede ponerse a pensar en que algún gran director podría haber hecho una grandísima película con este tema (Eastwood parecía ideal) o que Mark Knopfler ya había contado la historia de Kroc en un 5 por ciento del tiempo que insume este relato en la canción "Boom, Like That". Pero lo que hay es The Founder ("El fundador", acá titulada Hambre de poder), que les pasa mayormente lejos a las emociones y convulsiones que tenía al alcance de la mano, o de una mano menos esquemática que ésta.