Hachazos

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Desde el otro lado

Andrés Di Tella rescata al realizador Claudio Caldini.

Fría sinopsis gacetillera: Hachazos es un documental de Andrés Di Tella sobre Claudio Caldini, ícono del cine experimental argentino. Tan cierto como insuficiente. A ver, intentemos de otro modo: Hachazos es el rescate de un artista singular y olvidado, de un personaje rico, errante, misterioso; también, de un modo libre, lírico e intenso de filmar en Super 8. No. Vayamos otra vez, ya sin esperanzas de la capturar lo esencial: Hachazos es un filme que fueron creando juntos, tal vez sin proponérselo, tal vez sin ser del todo conscientes, dos cineastas muy distintos, aunque unidos por el talento y la humildad.

Humildad. La de Caldini, que hoy trabaja cuidando quintas y que construyó una originalísima obra cinematográfica sin apoyos, sin quejas y sin vanidad. La de Di Tella, que no nos impone una mirada unívoca sobre Caldini, al punto de que no está convencido de haber hecho un documental sobre él. Tiene, en parte, razón: Hachazos combina antiguas imágenes casi oníricas de Caldini con dudas de Di Tella en off; dialéctica intergeneracional e interpelaciones del supuesto entrevistado al supuesto entrevistador. Hablamos de un filme que exhibe sus dudas: que crece prescindiendo de relatos lineales y omnipotencias narrativas.

Como su obra, Caldini parece inasible. “Vos querés retratar al que filmó todo esto, al que ya no soy”, le dice a Di Tella, e incluso le cuestiona su modo de encarar el rodaje. Di Tella no desecha esto en el montaje. Al contrario, lo exhibe como algo central. Gran acierto. Después de todo, el arte de Caldini no está hecho de certezas. “No recuerdo bien mi infancia -dice él-. Es como el cine, como los sueños: uno siente que los recuerda lúcidamente, pero después cae en una nebulosa. Al despertar uno siente que le ocurrió algo maravilloso, algo más intenso que en la vigilia. Después no recuerda nada”.

Caldini fue parte de una generación brillante, vanguardista y perdida. Durante la dictadura tuvo que emigrar. Viajó a la India. Perdió casi todo, incluso su razón. Volvió muchos años después. Emprendió una vida errante, en parte fantasmal. Como ya se dijo, ahora sobrevive cuidando quintas. Durante algunos viajes en tren lleva su filmografía, su biografía completa, en una valijita. Volvió, qué bueno, a experimentar con una Super 8. Quemó gran parte de los objetos que le quedaban. Sus goces, sus fantasmas, sus obsesiones perduran en esas llamas, en sus películas, y, como lo entendió Di Tella, no son traducibles a palabras.