Gigantes de acero

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

El robot del pueblo, listo para luchar

Para quien observe el cine estadounidense desde lejos, todas las películas se parecen. Pero para quien conozca bien el cine de los Estados Unidos, Gigantes de acero claramente se coloca del lado de las películas distintas. Aquellas que, justamente, representan a la perfección el estilo del cine industrial que construyó y llevó a su punto más alto Hollywood. Sin ser un film con un director muy personal –Shawn Levy tiene una filmografía de pocos méritos previos–, la película funciona de punta a punta. Se sirve de un montón de espacios y situaciones conocidas, pero las renueva y la ordena de forma tal que, como por arte de magia, vuelvan a funcionar en plenitud. Mezcla géneros, tonos, equilibra cada cosa para que la película se convierta en un placer constante. La historia es bien popular. Un ex boxeador (Hugh Jackman), digno en su momento pero caído en desgracia en un mundo donde los únicos que boxean son los robots, vive apostando y perdiendo, tapado de deudas y con pocas perspectivas luminosas en su futuro. Una chica bonita (Evangeline Lilly), valiente e inteligente, lo quiere bien, pero ya no puede seguir tolerando más esta decadencia que los llevará a ambos a perder la herencia de un viejo gimnasio, metáfora de valores de otra época. A esto se le sumará Max (Dakota Goyo), el hijo de él, que ha perdido a su madre y que por un arreglo poco noble pasará el verano junto a su renegado padre. El héroe en busca de la segunda oportunidad, la chica noble y leal, el niño inteligente y triste, algún villano y, por supuesto, un robot. Un robot que es la metáfora misma de la película. No un bello robot de última tecnología, sino uno creado para ser sparring, para recibir golpes pero no para ganar las peleas. No un ganador, sino un luchador. Con ingredientes tan sencillos pero eficaces, Gigantes de acero –basada en un relato del maestro de la ciencia ficción, Richard Matheson– cumple con creces el objetivo de entretener y emocionar, a la vez de hacer un cuento sobre la dignidad y la lealtad. Le bastarán los primeros minutos de película al espectador para ver a Hugh Jackman más parecido a Clint Eastwood que nunca, como si se tratara de esos films que el actor y director hiciera a fines de la década de 1970 y principios de los ’80. La comparación es la forma más clara de decir que Gigantes de acero es una gran película. <