Gigantes de acero

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

El ojo del tigre de metal

La recepción de una película tiene mucho que ver con la actitud con que uno se acerca al cine mirarla. Es decir que la carga emotiva -prejuicios, expectativas, problemas financieros o lo que sea- que traigamos en nuestro cerebro cuando llega el momento del visionado, determina bastante el tipo de disfrute o no del film. No vamos a hablar sobre teoría del espectador aquí ni mucho menos, todo esto para que quede claro que muchos nos acercamos a Gigantes de acero porque era una de “robots que peleaban con Hugh Jackman a la cabeza”, de la misma manera que nos acercamos a Cowoys y Aliens por el título y porque estaba Harrison Ford. Sin embargo, mientras que la segunda estaba un poco por debajo de las expectativas (sólo un poco), Gigantes de acero está bastante por encima de la premisa robots boxeadores + Hugh Jackman.

Gigante de acero nos cuenta la historia en un futuro cercano sobre un ex boxeador, Charlie Kenton, interpretado por Jackman, que ahora se dedica al boxeo de robots, dado que el boxeo “entre humanos” ha desaparecido. En su peor momento deportivo y financiero, aparece su hijo (digamos no reconocido) de once años, Max (Dakota Goyo) a quien no conoce y del cual deberá hacerse cargo hasta que sus tíos vuelvan de viaje y se encarguen de la custodia.

Entonces, a partir de allí el director, Shawn Levy (Una noche en el museo 1 y 2, Una noche fuera de serie), toma la mejor decisión de todas, explotar al máximo la relación entre Charlie y Max, aprovechando la gran química entre Hugh Jackman y Dakota Goyo, ambos carismáticos, cancheros y a la vez lo suficientemente complejos. Y con esto logra el equilibrio entre la acción pura y dura de los robots masacrándose y la emoción del relato de la formación de un vinculo padre-hijo. Porque, mas allá de que se nos ha contado muchas veces aquello del “padre ausente que se redime cuando deja de pensar en sí mismo y comienza a pensar en su hijo”, no deja de ser efectivo e interesante cuando se cuenta con talento y gracia, como afortunadamente lo hace esta vez el señor Levy. Lección, que por ejemplo, debería haber aprendido ya, cierto director cabeza hueca responsable de una saga de películas de robots aburguesados, políticamente correctos e ideológicamente peligrosos, que piensa que un film de acción sólo debe tener un descalabro inentendible de efectos especiales y un montón de personajes idiotas y poco naturales.

Habiéndome permitido el anterior desliz, decir que otro gran punto a favor de Gigantes de acero es la constante referencia-homenaje a la saga de Rocky Balboa, cada vez más presente a medida que pasan los minutos del film y cuando la historia de Charlie y Max se va convirtiendo en la historia de Charlie y Max con Atom. Atom es un robot antiguo según los tiempos que corren en el film, con el cual la pareja de protagonistas lograrán cosas extraordinarias, como las que logró el torpe semental italiano con sus puños. Quien haya visto y disfrutado las películas de Stallone, recibirá con agrado el continuo bombardeo de referencias, y con suerte volverá a sentir la emoción que provocaba ver al siempre venido a menos Rocky enfrentarse a la máquina asesina del momento. Siempre es atractivo y efectivo aquello del pequeño enfrentándose de igual a igual al grande, contra todas las expectativas.

Sosteniéndose por habilidad del director, en cuanto a ritmo y decisiones tomadas; una buena y coherente historia; dos grandes actores protagonistas, y por qué no también gracias a la existencia de Rocky, Gigantes de acero es una muy buena película con entretenimiento, emoción, y que supera las expectativas, en la mayoría de los casos.

Volviendo un poco al principio, quizás la mejor forma de recibir esta película es como niños. Niños con ídolos y héroes, niños con padres o figuras paternas, niños con ganas de jugar y divertirse a lo grande. Y también siendo niño, por supuesto.