Fulboy

Crítica de Lucas Rodriguez - Cinescondite

Detrás de una gran idea a veces hay una pobre ejecución, y eso es lo que precisamente le ocurre a Fulboy, el debut como director de Martín Farina, a quien se le van los ojos por los torneados cuerpos masculinos en pantalla y pierde foco de la historia de su documental.

Como ya ocurriese en la filmografía de su compañero Marco Berger, el histeriqueo masculino es la principal baza que parece rondar la mente del realizador, quien se dedica cámara en mano a seguir las andanzas de su hermano Tomás y sus compañeros futboleros en la previa a una final de torneo. El gran estigma del jugador profesional, los sueños y esperanzas que cada uno tiene, el apoyo de la familia o la religión, cada pequeño tema es explorado por Farina con ahínco. Pero los momentos picantes no se guardan para una exploración profunda de lo que conlleva ser un profesional en la cancha, sino que se reserva a una seguidilla de duchas entre compañeros que más que establecer un estadío de realidad lo hace por la propia mente voyeur del director.

Hay grandes charlas entre los compañeros del club, e incluso una muy estimulante en donde el hermano del director apunta a su propia sangre, señalándolo como un extraño entre ellos, imponiéndoles una idea de falsa realidad que pretende conseguir frente a las cámaras. Es un punto álgido para la película, que acto seguido se ve disminuido completamente con una escena de baño, concentrada hasta el más mínimo detalle en los físicos de los muchachos. El elenco, todos jugadores en la vida real, se mantiene tímido frente a la cámara, hasta que se acostumbran a ella e incluso hablan a la misma transmitiendo sus historias de vida, uno con mucha pasión y candor comentando los azares de ser futbolista profesional, y lo que ello significa.

Fulboy podría haber sido más mordaz y hacer preguntas difíciles, pero se conforma con apuntar la cámara en ciertos momentos decisivos y perderse en una ducha tras otra, o cualquier actividad que los hombres hagan en paños menores.