Frankenweenie

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

El extraño mundo de Tim

No hace falta ahondar en la biografía de Tim Burton, o en los elementos autobiográficos en su obra (que los hay también en la cinta que hoy nos ocupa) para saber que ha sido un chico raro. Uno de esos que seguramente no se asimilaba bien en su entorno social. O cuando menos, uno de esos que cuando hace un chiste con su peculiar humor ve que la mayoría no se ríe, a lo sumo alguno esboza alguna tímida sonrisa.

Pero un buen día, esos chicos crecen, algunos se dedican a alguna actividad artística y, si el destino los pone en la industria cultural de masas, logra llegar a otros chicos que también se sienten solos, pero ellos sí entienden los chistes y los guiños, y así la química se produce. Entonces el primer chico raro pasa a ser un “autor de culto”.

Vuelta atrás

“Frankenweenie” es una revancha para Burton, a quien en su época de “creativo experimental” para la Disney (en 1984) le costó el puesto el realizar un cortometraje en blanco y negro sobre un chico raro y brillante, que decide resucitar a su perro muerto en un accidente. Porque la versión 2012, realizada con la técnica del stop motion (básicamente, muñecos manipulados a 24 tomas por segundo de movimiento) y con la estética escuálida que mostró en “El extraño mundo de Jack” y “El cadáver de la novia”, está producida por... la Disney. Pero ya desde antes de los créditos empieza la situación: la imagen del Magic Kingdom pasa de los azules rutilantes al gótico blanco y negro.

Porque es la faceta más gótica de Burton la que fluye aquí, gótica como una búsqueda de la belleza en la oscuridad, en un lugar alejado del canon, pero también como parodia de lo macabro: refléjese en el Cementerio de Animales (¿Stephen King?) de New Holland, creíble escenario de la Gotham City de las dos cintas que el realizador hizo sobre Batman.

Esto no es casual: este retorno al origen desanda la senda de la filmografía de este autor, tal vez por las marcas que su vida ha dejado en ella. Por caso, el pueblo suburbano de New Holland se parece mucho a aquel otro pueblo de veredas anchas frente a los chalecitos de posguerra de “El joven manos de tijera”, un reflejo de Burbank (en el condado de Los Ángeles), el lugar donde Burton se crió y, como el protagonista Victor Frankenstien (sic), mitigó soledades experimentando filmando sus primeros experimentos.

Memoria visual

Por supuesto, el lugar donde se ubica esta historia es el colmo de lo raro, un lugar donde todas las noches se dispone de tormentas eléctricas como para insuflarle vida a los muertos, con su letrero a lo Hollywood, y con una galería de personajes única. Baste ver el curso de la escuela de Victor: un jorobadito llamado Edgar “E” Gore (chiste con Igor, y con el género gore); una chica de ojos que impresionan, cuyo gato hace caca con forma de la inicial de la persona con la que sueña (a la que le pasará algo ese día); una oscura y algo desganada heroína, llamada Elsa Van Helsing (voz original de Winona Ryder); el tétrico Nassor, una especie de Largo de niño; Toshiaki, el japonés que tendrá que vérselas con una criatura a lo Godzilla, de su propia factura; todos ellos educados en ciencias por un oscuro docente llamado Mr. Rzykruski (voz de Martin Landau), con su cara larga a lo Vincent Price.

Como se verá, un poco a la manera de Tarantino en “Kill Bill”, Burton recupera aquí su galería de influencias: los fragmentos del “Drácula” de Christopher Lee, la bata y las antorchas de la “Frankenstein” protagonizada por Boris Karloff, los mechones blancos de “La novia de Frankenstein”, el cine de monstruos de Japón. Todo para contar la historia de un niño que amaba tanto a su perro que decide violar las leyes naturales para recuperarlo. Una versión naïf de un tema que fue abordado en otra clave por Stephen King en “Cementerio de Animales”, y antes por William Wymark Jacobs en “La pata de mono” (imperdible el “episodio homenaje” en “Buffy la Cazavampiros”).

Pero aquí no hay enseñanzas, no hay castigos para el “moderno Prometeo” (subtítulo de la novela “Frankenstein”, de Mery Wollstonecraft Shelley), sino que sobre el final campea la ternura al estilo de “El joven manos de tijera”. En el medio, una alocada historia de competencia entre chicos para ganar una feria de ciencias, a una edad en la que una feria de ciencias es cuestión de vida o muerte... frase que se vuelve muy literal en este caso.

Compañeros de ruta

Rick Heinrichs es el encargado de, como diseñador de producción, darle coherencia y el toque final a esta obra. No es casual: él produjo uno de los primeros cortos de Burton, “Vincent” (1982), sobre Vincent Price; fue director de arte de “Batman vuelve”, asesor visual de “El extraño mundo de Jack” y diseñador de producción de “El planeta de los simios” y “Sombras tenebrosas”. Cualquiera diría que le ha tomado el pulso a la peculiar visión del mundo del enrulado director...

John August fue el encargado de adaptar al largometraje el guión original de Leonard Ripps sobre idea de Burton, tarea de la que sale airoso. Peter Sorg da en la clave con una fotografía oscura pero no opresiva, el toque justo entre lo inocente y lo macabro. Lo mismo hace Danny Elfman desde la música, la misma que cae como una neblina sonora en los filmes burtonianos para sacarnos de la modorra cotidiana y adentrarnos en un gótico mundo de ensueño. Valga además el dato nerd de que seguramente tiene el récord de colaboraciones con el director (“Beetlejuice, “Batman”, “Batman vuelve”, “La leyenda del Jinete sin Cabeza”, “El joven manos de tijera”, “El extraño mundo de Jack”, “¡Marte ataca!”, “El planeta de los simios”, “Charlie y la fábrica de chocolate”, “El cadáver de la novia”, “Alicia en el País de las Maravillas” y “Sombras tenebrosas”).

Reconozcamos también un rescate: en la recomendable versión subtitulada (que permite disfrutar de las voces originales, varias de ellas interpretadas por Catherine O’Hara y Martin Short) se puede apreciar la reivindicación de Winona Ryder, aquella que antes de robar calzones protagonizó una de las escenas más bellas del cine americano de las últimas tres décadas: esa en la que danza extasiada bajo la nevisca creada por Edward Scissorhands al esculpir en el hielo. Porque la belleza a veces es un chispazo en medio de las sombras.