Frankenweenie

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Hace rato que no veo una película de Tim Burton que realmente me asombre, o que se sienta fresca y equilibrada. Lo último que me gustó fue El Cadáver de la Novia (2005) y, después de eso, Sombras Tenebrosas... aunque esta última dista mucho de ser un plato para cualquiera. Ahora Tim Burton decide regresar a sus origenes, remakeando un cortometraje que él mismo dirigiera en 1984; el chiste de todo esto es que en aquel momento Burton trabajaba para la Disney y cuando los ejecutivos de la corporación del ratón vieron el corto, decidieron darle una patada en el tuje a Tim y toda su oscura imaginería. Quién iba a pensar que 26 años más tarde la gente del ratón se postraría ante Burton - ante los contundentes resultados de taquilla de Alicia en el Pais de las Maravillas - y le darían un cheque en blanco para que rehiciera aquel corto que consideraron herético en su momento.

Ciertamente Frankenweenie posee el sabor inconfundible de Burton pero, por otra parte, dista mucho de ser una idea redonda. El problema es que la trama se queda sin combustible a mitad de camino y, ante la falta de ideas, decidieron empardarle un exagerado e indulgente final, el cual provee fuegos de artificio pero no termina por satisfacer a la platea.

Hay que admitir que la idea de fondo es loable: imaginen una versión infantil de Frankenstein, sólo que esta vez la criatura es una mascota muerta y el científico es un niño de diez años que está desesperado por revivirla a cualquier costa. El problema con el filme es que la historia no va más allá de eso, como si los libretistas no supieran cómo enriquecer la idea o cómo expandirla para que ocupe dignamente los 90 minutos que requiere un largometraje (el corto de 1984 duraba apenas 30 minutos). En cambio, deciden meter una troupe de personajes secundarios excéntricos y charlatanes, los cuales tienen un propósito más decorativo que otra cosa. En ningún momento Victor reflexiona sobre el hecho de revivir a su perro muerto, o si el animal merece el tipo de vida que él le ha proporcionado, o si la ciencia se ha usado correctamente. En el corto original la historia bajaba línea a las mismas premisas del Frankenstein original - la intolerancia al diferente - pero aquí, en cambio, el mensaje queda diluído. Es que gran parte del problema - aparte del estiramiento innecesario (o poco inspirado) de la idea original - proviene del mismo Burton, quien decide aportar su cuota de relleno al asunto, bombardeando la pantalla con homenajes a los tétricos héroes de su infancia: desde el mencionado re-versionamiento de Frankenstein pasando por menciones sutiles a filmes del mismo Burton - cometas con forma de murciélago, un poster de Marte Ataca! en el dormitorio del protagonista, un vecindario demasiado parecido al de El Joven Manos de Tijera, etc -, hasta una caterva de referencias mas o menos sutiles a clásicos de todo tipo y color del cine fantástico: una tortuga gigante al estilo de Gamera, un profesor de ciencia sospechosamente parecido a Vincent Price, un compañero de estudios que se ve idéntico al Boris Karloff de la Frankenstein original (aunque sin tornillos en el cuello; e, incluso en un momento, queda envuelto accidentalmente en un rollo de vendas, quedando idéntico a La Momia que Karloff interpretara en 1932), amén de toneladas de referencias a títulos como Gremlins (con una horda de sea monkeys mutantes atacando el pueblo), Los Pajaros, Drácula e incluso El Hombre Lobo Americano en Londres (la transformación del minino mutante que sostiene el murciélago muerto se ve idéntica). Todo esto deviene en un filme que se siente más propio de Joe Dante que de Tim Burton: Dante es un amante del cine fantastico que satura sus obras con homenajes cinéfilos hasta el punto de la saturación y la asfixia - aplastando las ideas originales que los libretos podían aportar -. Por contra, Burton es un creador de universos tétricos, un individuo abocado a lo original y no a la copia; pero aquí Burton deja de ser Burton y pasa a ser una fanático enardecido a cargo de una cámara, rodando homenajes de todo tipo y color para su regodeo personal. Ni siquiera esa horda de referencias cinéfilas contribuye a darle substancia a Frankeweenie, con lo cual toda la historia termina resultando una anécdota demasiado estirada.

Frankenweenie se deja ver, pero no es el gran filme que todos venimos esperando (de hace rato) de Tim Burton. Es como un vistazo fugaz a los origenes de este creador, y nos recrea sensaciones conocidas e inconfundibles por las cuales hemos adorado a Burton durante todos estos años; pero también representa una apuesta sobre seguro, una inversión sin riesgo hecha por parte del director, el cual simplemente se ha dedicado a reciclar todos sus tics con tal de satisfacer a sus fans... algo que termina por resultar inquietante ya que, cuando un creador comienza a copiarse a sí mismo, es una clara señal de que su talento ha llegado a un punto de agotamiento.