Francia

Crítica de Luciano Monteagudo - Página 12

Familia en tiempos de crisis

Por su modelo de producción, Francia remite a Bolivia, donde Caetano también retrataba personajes cotidianos enfrentados a circunstancias adversas. Pero si Bolivia era un modelo de síntesis, Francia en cambio trabaja una materia mucho más dispersa.

En Bolivia (2001), segundo largo de Israel Adrián Caetano después de la fundacional Pizza, birra, faso, toda la acción transcurría en un bar-parrilla del barrio de San Cristóbal. Bolivia era no sólo el país natal del protagonista, sino también la esperanza tácita, imaginaria, de recuperar su lugar de pertenencia ante una realidad hostil como la porteña, donde la discriminación y la xenofobia tienen más fuerza de lo que se admite. En su película más reciente, presentada el año pasado en los festivales de Venecia, San Sebastián y Mar del Plata, Caetano también apela a un título que desde la enunciación de un país habla de una imposibilidad: Francia. Los personajes de Francia nunca van a llegar a conocer París ni pasear por la Costa Azul. De hecho, ni siquiera se lo proponen o lo piensan. Viven el día a día como pueden, tratando de mantener apenas su fuente de trabajo.

Allá afuera la realidad viene dura y ellos tampoco la hacen más fácil: Cristina (Natalia Oreiro) y Carlos (Lautaro Delgado) están separados hace años, pero el tiempo no parece haber limado los roces y las discusiones. La que paga los platos rotos es Mariana (Milagros Caetano), la única hija del ex matrimonio, que a los doce años tiene problemas de conducta y aprendizaje en el colegio. Y serán su voz y su mirada las que conduzcan el relato, un relato por momentos deliberadamente errático y fragmentario, pleno de digresiones, como suelen ser los de algunos chicos.

El propio Caetano ha contado en Página/12 la génesis de Francia. Casi cuatro años después de su película inmediatamente anterior, Crónica de una fuga, producida por Oscar Kramer, sentía la necesidad de volver a filmar y recurrió a un proyecto que tenía archivado y que él mismo podía producir en condiciones “clandestinas”, no sólo por su bajo presupuesto, sino también por su carácter casero, familiar. Se trataba de hacer una película de cámara, con pocos personajes y locaciones reales, protagonizada por su propia hija, a quien le sumó algunos nombres muy populares en la televisión (Oreiro, Mónica Ayos). Por tamaño y modelo de producción, Francia también parece remitir a Bolivia, quizá su mejor película, donde Caetano también retrataba personajes cotidianos enfrentados a circunstancias cada vez más adversas.

Pero acá terminan las similitudes. Allí donde Bolivia era un modelo de síntesis, capaz de ganar en fuerza y crescendo dramático, Francia en cambio trabaja una materia mucho más dispersa y heterogénea, en todos sus flancos, que termina debilitando el resultado final. Es verdad que el punto de vista elegido es, en principio, el de la mirada fantasiosa de Mariana, pero Francia no siempre lo respeta y por lo tanto pierde en rigor y concisión. La película entra y sale constantemente de ese punto de vista y esa desprolijidad se extiende a todo el relato.

A su vez, en una película que se pretende realista y que se ocupa de personajes de todos los días en sus ámbitos de trabajo, el verosímil cinematográfico deja mucho que desear. La grotesca reunión de burgueses “progres” a la que asiste Cristina como mucama, por ejemplo, va más allá del estereotipo para convertirse en un retrato elemental y redundante, filmado con recursos (distorsión de la imagen y el sonido) que parecen propios del viejo cine argentino y no de quien fue uno de los fundadores de la nueva guardia. La sutileza nunca fue el fuerte del cine de Caetano, pero en Francia lo es menos que nunca, como lo ratifican las reiterativas escenas en el colegio privado al que asiste Mariana, donde directivas y docentes aparecen filmadas como meros monstruos.

En un elenco desparejo, que tiende a un naturalismo falso y televisivo, es paradójicamente Natalia Oreiro quien aporta la mayor cuota de verdad y presencia cinematográfica. No importa qué haga la cámara (que suele abusar del gran angular), hay siempre una nobleza y una dignidad en su rostro que son también a las que aspira la película toda y que encuentra solamente en ella.