Félix y Meira

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Entre el coraje y la locura

El canadiense Maxime Giroux, en su tercer largometraje, “Félix y Meira”, se propone una misión “no fácil”, según él mismo admite: entrar en el interior de la comunidad judía jasídica, comunidad cerrada si las hay.

Ya lo intentó de algún modo John Turturro, con su film “Casi un gigoló”.

La película cuenta la historia de un hombre cuarentón, Félix (Martin Dubreuil), solitario y algo bohemio, quien entra en crisis a partir de la muerte de su padre, un judío acaudalado de Montreal, con quien estaba distanciado desde hacía unos diez años.

Félix tiene una hermana, Caroline (Anne-Élisabeth Bossé), que es su albaceas, ya que administra la abultada herencia que el anciano les dejó, mientras que Félix prefiere deambular por el mundo, sin ataduras ni compromisos.

En pleno duelo por la muerte del padre, tropieza con una mujer joven y bastante bella, perteneciente a la comunidad jasídica, Meira (Hadas Yaron, que ya hizo un papel parecido en “La esposa prometida”), a quien se la suele ver con su beba por las calles del barrio judío de Montreal, el mismo en el que viven Félix y su hermana.

Él es quien procura tener algún contacto con ella, movido quizás por una atracción irresistible, inexplicable, pero que curiosamente encuentra una incipiente respuesta favorable de parte de ella.

Resulta que Meira es la esposa de un rabino jasídico, Shulem (Luzer Twersky), pero está agobiada por las costumbres rígidas y estructuradas de esa comunidad. Ella, a escondidas, se toma algunas libertades, que si fueran descubiertas por los otros integrantes del grupo, la pondrían en aprietos. De hecho, pareciera que Meira va tanteando con pequeñas actitudes provocativas hasta dónde puede ir en su intención de experimentar algo distinto, un poco de libertad, otras experiencias.

En eso, aparece Félix, con su conducta provocadora, un estilo que ya lo llevó a romper con su propio padre y que con su asedio a Meira no hace más que reforzarse.

“Félix y Meira” intenta mostrar el conflicto que sufren dos integrantes de la mencionada comunidad, fuertemente religiosa, que no se sienten a gusto con ese sistema de vida, lleno de reglas y convenciones, y pretenden hacer un camino propio, aunque eso implique desafiar a las autoridades y asumir el rechazo y la exclusión al que serían sometidos si insistieran en su conducta atrevida.

La narración es un tanto morosa y se concentra en el proceso, lento y sutil, que va sufriendo Meira, a partir de su relación con Félix. La mujer va aflojando poquito a poco la rigidez de sus modales y se deja seducir por el hombre, que la lleva a conocer otras manifestaciones culturales, todas experiencias prohibidas para la comunidad jasídica, como por ejemplo escuchar y hasta animarse a bailar música latina o gospel o soul, en ámbitos nocturnos, donde ellos mismos desentonan, pero por los cuales sienten una fuerte atracción.

La cuestión es que la situación se vuelve insostenible, el matrimonio de Meira con el rabino empieza a hacer agua, sobreviene la ruptura inevitable, y Félix y Meira parecen estar decididos a asumir el riesgo de lo desconocido, impulsados por el fuerte deseo de empezar una nueva vida, aunque no sepan cómo ni dónde.

La película de Giroux apela a muchos detalles e indicios sutiles, cargados de valor metafórico, para expresar los conflictos y las contradicciones de un sistema cerrado, que pese a todos sus esfuerzos, no consigue hacer felices a sus integrantes. Sin embargo, como gente educada y muy religiosa, siempre se busca una salida que no sea violenta, aun cuando la exclusión sea una forma tajante de resolver la crisis.

“Félix y Meira” deja un regusto agridulce al expectador, porque sus personajes transmiten tristeza, frustración, infelicidad y pocas esperanzas de lograr una verdadera realización personal.