Félix y Meira

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Marginales en sus propios universos

Una sufrida madre y esposa se resiste a seguir ahogada por las costumbres de su comunidad. En paralelo, un hombre acaba de perder a su padre y se encuentra, desde siempre, sin rumbo.

Hace menos de un año llegaba a la cartelera cinematográfica argentina la película israelí La esposa prometida, de Rama Burshtein, suerte de oportunidad iniciática para la mayoría de los espectadores de asomarse a la cotidianidad de los judíos ortodoxos, con una chica obligada a aceptar un casamiento arreglado –nada menos que con el ex esposo de su hermana fallecida-, en un enrarecido escenario donde la tradición y los intereses cruzados se exponían para tratar de entender a una comunidad.
Quien daba vida a la heroína del film de Burshtein era Hadas Yaron, una extraordinaria actriz que también es la protagonista de Felix y Meira, aquí como una sufrida esposa y madre ahogada por las costumbres de jasidismo, que no se resigna a permanecer dentro de las fronteras de la tradición religiosa –por caso, aún con la advertencia de su marido, se empeña en escuchar música en su casa–, que le depara un futuro de muchos hijos y obediencia a la tradición.
En paralelo, Felix (Martin Dubreuil) acaba de perder a su padre con el que tenía una relación difícil y se encuentra perdido desde siempre, sin rumbo. Ambos personajes son marginales dentro de sus pequeños universos y aunque los separan diferencias aparentemente insalvables, luego de un encuentro fortuito la resistencia de ella va claudicando y surge entre ambos una historia de amor.
El director canadiense Maxime Giroux se propuso retratar a una colectividad que vive en Nueva York pero podría ser de cualquier parte, dadas las características de esa comunidad ultra ortodoxa en choque con el afuera -en este caso representado por Felix-. Pero si bien el relato va sumando datos hacia el interior de la vida de Meira, con sus deseos de libertad frente a la religión que define cada paso de los fieles, la puesta no estigmatiza ni condena ese entorno y en todo caso se define por la valentía de los protagonistas que hacia sí mismos y frente a la sociedades a las que dan cuenta, apuestan por la relación abandonando la comodidad de lo que se supone que debería ser un camino más o menos previsible.
El andamiaje afectivo de la incipiente pareja, el marido traicionado que lucha para retener a su mujer y un hombre sin propósitos que encuentra en el amor un camino posible, todo está está contado con una austera sensibilidad, aunque en busca de una especie de agrio happy end, pierde el rumbo. Sin embargo, este final chapucero no desmerece el resto del film, que desde la honestidad, intenta contar una historia diferente.