Fausto

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Buen “Fausto” pero no al nivel Sokurov

Con toda sinceridad, esta obra es buena y hasta muy buena, pero decepciona un poco, porque Aleksandr Sokurov, el autor, ha hecho cosas aun mejores y con menos palabras, y también porque, por primera vez en todo su cine, muchas veces se acerca al límite de lo desagradable. El hombre siempre fue un exquisito, un alma sensible de gran sentido estético, pero aquí, bueno, baste advertir que ya la introducción nos muestra en detalle un cuerpo humano medio purulento escarbado por un obsesivo científico del S. XIX.

Se trata de una versión libre muy lejanamente inspirada en el «Fausto» de Johann Wolfgang Goethe, cumbre del romanticismo entendido en su sentido original, y el «Doctor Faustus» de Thomas Mann, alegórica descripción del ser alemán capaz de dejarse convencer por el nazismo en su afán de absoluto. En este caso queda claro que el hombre de estudios pacta con el Diablo no tanto para seducir a la muchacha, sino por un angustiante anhelo de conocimiento científico y moral, y que el mayor riesgo de ese conocimiento es el abuso de los otros.

El camino lo lleva desde su búsqueda del alma dentro del cuerpo humano, hasta el vagabundeo por el lugar más árido, acaso con el propio Diablo (o con su propio diablo) dentro suyo. Y ese demonio no es un hábil y elegante seductor, como se lo representa casi siempre en otros «Fausto», sino un viejo usurero, burlón, deforme, de cuerpo repulsivo y cola de cerdo, como se representaba durante el nazismo a los usureros «de la raza impura».

Algo más: acá ni siquiera Margarita se encuentra enteramente limpia de la mugre y la degradación. Lo que pasa entre estos personajes y algunos otros, como un ayudante medio imbécil y varios necios de aldea, parece la llamativa, perturbadora suerte de ilustración de alguna «Metafísica del Mal». Ciertamente, es un explícito y amargo comentario de asuntos ya expuestos implícitamente en tres famosas obras del mismo autor sobre otros tantos buscadores de lo Absoluto: Hitler, Lenin e Hirohito (respectivamente, «Moloch», «Taurus» y «El sol»). Pero, curiosamente, esos hombres terribles que alguna vez habrán tenido buenas intenciones aparecían envueltos en un halo de piedad. El autor les tenía un poco de lástima, provocaba nuestra conmiseración. No es éste el caso, y por algo será.

Postdata para rastreadores de Youtube: el Fausto que reclama primeramente a Dios y se preguntá dónde está, no puede apreciarse en esta obra, pero sí, curiosamente, en un admirable videoclip del tango «Tormenta», de Enrique Santos Discépolo, cantado por Rubén Juárez e ilustrado ¡con tomas del «Fausto» de Wilhelm Murnau, 1926! Ese sí que vale la pena (y es de autor anónimo).