Fausto

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Riesgos de la genialidad

austo (Faust, Rusia/2011; hablada en alemán). Dirección: Alexander Sokurov / Guión: Yuri Arabov, Alexander Sokurov y Marina Koreneva / Fotografía: Bruno Delbonnel / Edición: Jörg Hauschild / Música: Andrey Sigle / Elenco: Johannes Zeiler, Anton Adasinsky, Isolda Dychauk, Georg Friedrich, Hanna Schygulla, Antje Lewald / Distribuidora: Zeta Films / Duración: 140 minutos / Calificación: sólo apta para mayores de 16 años.
Nuestra opinión: buena

El ruso Alexander Sokurov ha logrado dos éxitos (en escala) en la Argentina: Madre e hijo , en 1999, y El arca rusa , en 2003. También ha tenido una importante presencia en festivales: Mar del Plata, Bafici, DocBsAs. Es, dentro del circuito del cine no masivo, un autor fundamental, conocido y reconocido con premios y elogios. Una de sus mejores películas, Moloch (1999) -impresionante y subyugante retrato de algunos días de Eva Braun y Adolf Hitler-, fue el inicio de su tetralogía sobre el poder. Luego vinieron Taurus (sobre Lenin) y El sol (sobre Hirohito). Fausto , ya no con base histórica sino apoyada en la literatura y en la leyenda, es el cierre. Como ocurría con Honor de cavalleria , de Albert Serra, y El Quijote , Fausto es una adaptación intersticial, o un conjunto de notas al pie, o de lupas puestas en los lugares menos nucleares de la obra de Goethe.

Lejos de ser el mejor Fausto cinematográfico (ese honor muy probablemente sea para el de Murnau de 1926), la de Sokurov es una película abrumadora, excesiva, una afirmación autoral sin medias tintas. Algo falla, sin embargo, y una propuesta que podría haber sido violentamente hipnótica y arrebatadora está desarticulada y desarmada y -ya que hablamos de Fausto - desalmada. El alma, que es lo primero que se busca en una escena inicial gore (es decir, con vísceras bien visibles), no está en este Fausto : al trabajar lateralmente sobre el relato del pacto con el diablo (la tragedia se convierte por momentos en una negociación burocrática), la película no encuentra la moral ni el deseo de los personajes, que a veces son hasta una molestia, ejecutantes de movimientos casi teatrales entre decorados y paisajes sublimes.
Luces y sombras

La gran fortaleza de la película es, y esto es muy notorio, su imagen: el trabajo con la luz de Sokurov y el director de fotografía francés Bruno Delbonnel ( Amélie, Sombras tenebrosas, Harry Potter y el misterio del príncipe ) es de altísimo nivel. Hay una riqueza deslumbrante en ese aspecto: toda sombra y toda luz, y todas sus combinaciones, parecen haber sido pensadas, planificadas y ejecutadas en pos de la maximización del impacto estético. A veces ese impacto se basa en la belleza, a veces en el asco (ésta es una película que parece querer hacernos sentir los olores de un poblado alemán de hace varios siglos, y se habla mucho de "lo fétido"). Pero más allá de los usos del poderío visual, lo cierto es que en ese sentido Fausto es una película brillante: la luz entre el vapor y el agua con las mujeres lavando, el bosque plateado luego del entierro en el cementerio y las imágenes de Margarete en encuadres, colores y formas que remiten a pinturas de Vermeer son sólo algunos ejemplos del lujo visual de la película. Esas y muchas otras imágenes son memorables y están entre las de mayor esplendor de este año de cine; el problema es que Sokurov procede mediante una narrativa arenosa, no sólo sin fluidez sino basada en diálogos y más diálogos que no se encarnan en personajes fuertes o vitales.

La ambición de grandeza de la película queda sin concretarse, empantanada en su propia lateralidad, en los bordes de la farsa en la actuación (las peleas son notoriamente torpes) y en una narrativa que, en su decisión de no mirar de frente al mito por tenerlo demasiado aprendido, se deshilacha. Las impresionantes imágenes de la película merecían un destino memorable, merecían integrarse en una narrativa igualmente grande, menos desdeñosa, más acorde con la claridad del principio (de la belleza eterna del paisaje a la finitud y decrepitud humanas) y con la amplitud del paisaje final (hasta la imagen se ensancha).

Sí, Sokurov es un director genial. Uno dispuesto a ahogar el destino de grandeza de sus films por su genialidad que, cuando se acerca a la frontera de la megalomanía, corre el riesgo de mutar en autoindulgencia