Fausto

Crítica de Diego Serlin - Todo lo ve

Una mirada sobre el poder

Alexander Sokurov, uno de los realizadores más importantes de la cinematografía mundial y poseedor de un estilo propio que llevó a catalogar sus trabajos como verdadero cine de autor, cierra con la figura de Fausto su tetralogía de films integrada por Molock en 1999 (sobre Adolf Hitler), Telets en 2000 (sobre Vladimir Lenin) y Solntse en 2005 (sobre el emperador Hiro Hito), destinados al estudio de la naturaleza del poder y sus terribles consecuencias.

Sokurov adapta el texto de Goethe y hace una relectura del mito del pacto con el diablo para indagar sobre la semilla del mal, el poder y la tiranía (una de las obsesiones del cineasta), pudiendo asociar éstos, como germinantes del ascenso de los totalitarismos, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, abordados en los otros films mencionados.

El doctor Fausto, bien interpretado por Johannes Zeiler, es un hombre de ciencia carente de cualquier anhelo, esperanza o creencia en una ciudad donde acaba de terminar una guerra, plagada de soldados, de muerte y de podredumbre del alma humana.

Insatisfecho, famélico, destinado irremediablemente a la angustia y pese a su dominio intelectual dirige sus acciones a la exploración del mal sucumbiendo a las manipulaciones del diablo, representado por un viejo usurero, cínico, repulsivo y decrépito (encarnado solemnemente por Anton Adasinski) y al cual Fausto no puede abandonar en la oscuridad y lo persigue siempre en el límite del bien y del mal, en la promesa de ese conocimiento último.

Así es como el diablo lo manipula poco a poco para hacerlo caer en su enrevesada telaraña con la promesa de liberarse de ser profunda e irremediablemente humano. Un viaje escabroso donde la lucha incesante entre luz y oscuridad se refleja en el fastuoso tratamiento plástico del film.

Con un exacerbado hiperrealismo en los ambientes, filtros de colores grises y amarillentos, desenfoques, un exhaustivo trabajo con la luz y las sombras y encauzado por una pantalla cuadrada (incluso cambios de formato para transmitir la sensación de encontrarnos en un sueño), Sokurov logra una atmósfera asfixiante que envuelve al espectador en una sensación de irrealidad espectral y nos remite al expresionismo de Murnau.

El comienzo del film es una metáfora en sí mismo que sintetiza de manera magistral lo que luego se desarrollará a lo largo del relato. (El descenso desde la inmensidad de un cielo nublado hasta la habitación donde el doctor Fausto hurga en las entrañas de un cadáver putrefacto).

Una especie de autopsia del hombre como un fragmento de la totalidad del mundo que se debate entre ciencia y espíritu, entre cuerpo y alma, y que dispuesto a todo en su búsqueda de respuestas acaba dejando atrás sus deseos, anhelos y compañeros para proseguir su marcha en solitario a conquistar montañas más altas.

Construida con diálogos digresivos sobre el sentido de lo divino, lo humano, la lujuria, el deseo, el hambre y la venganza, Fausto invita al espectador a dejarse transportar a un universo con sus propias reglas, donde por momentos es cautivante, en otros perturbadora, algunos fragmentos tediosos y otros que dan lugar a la reflexión.
Fausto resultó ganadora del León de Oro en la última edición del Festival de Venecia, pero forma parte de ese cine que no suele tener su lugar en la cartelera comercial, y cuando la tiene hay que aprovechar la oportunidad de experimentar un cine que no nos dejará indiferentes.