Éxodo: Dioses y Reyes

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Un drama eterno en version espectacular y grandilocuente

En un legendario artículo de demolición sarcástica, el crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet citaba palabras de Cecil B. DeMille: "No conozco un drama mayor que la historia de Moisés. Piensen en él; un niño condenado a morir y puesto a la deriva en un canasto. Es encontrado por la hija del mismo rey que lo había condenado. Lo lleva al palacio, donde es educado como un noble de la corte. Entonces, él descubre que no tiene sangre real. ¿Cómo se siente? ¿Qué hace? Aquí están todos los elementos de un drama magnífico". Ese es el punto de partida de las dos versiones de DeMille de Los diez mandamientos y de Éxodo: dioses y reyes, de Ridley Scott. Alsina Thevenet se burlaba de DeMille desde diversos ángulos, como éste: "Para revelar este suspenso brutal, que estaba resuelto hace 3200 años?". Claro, la historia de Moisés y el éxodo ya la sabemos. Lo que importa, como siempre, es el cómo. Entonces, ¿cómo procede hoy Scott?

Con esa confianza que le da haber viajado con su cine tantas veces al pasado (y al futuro): puede pasar del diálogo intimista a una secuencia de batalla a viajes por el desierto y a casi cualquier tipo de situación, y siempre apostará por la intensidad, la grandilocuencia y la inteligibilidad. Estas decisiones generan que las secuencias de acción sean espectaculares y claras, incluso muy potentes, pero también que cada diálogo que no necesite mayor movimiento quede aplastado por el peso atronador de su idea elefantiásica del cine: la parafernalia de la gran producción se cuela incluso en las habitaciones de los habitantes de Éxodo... y hasta en sus diálogos más íntimos. Todo tiene que estar grabado en bronce, solidificado. Así, es lógico que se pase de la fascinación por la batalla inicial al humor seguramente involuntario de John Turturro como faraón en cada frase-sentencia, y del asombro ante la perfección digital al asombro ante los diversos trazos gruesos de muchas situaciones tanto divinas como terrenales. Entre todo este movimiento, los actores a veces juegan el juego y a veces se pasan de seriedad en esta película de gran traqueteo: se pone seria, solemne, espectacular, andrajosa, lujosa y dorada, ridícula en el paso del tiempo para algunos y se vuelve cruel (claro, esto es el Antiguo Testamento) y también musculosa con Bale y Edgerton. Scott hace una superproducción oscilante y un poco atolondrada, con menos cohesión que su propio Gladiador, aunque con mayores atractivos que el Noé de Aronofsky de este año.

El largo segmento de las plagas tiene un nivel de demencia espectacular ¡esos cocodrilos!- que justifica todo lo que está a su alrededor. Quizás en unas décadas este cine quede tan vetusto como el de DeMille, pero por ahora ofrece algunos ganchos espectaculares 3D incluido para un drama bíblico que, sí, atrae eternamente.