Éxodo: Dioses y Reyes

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Cuando el cine es cuestión de fe

Ante un título como Éxodo: dioses y reyes, referido al pasaje de La Biblia, la pregunta gira en torno al modo en que un director puede abordar la épica de inspiración religiosa. En la película, salvo por la polémica con respecto a la ausencia de actores egipcios en los roles principales (ligada al ‘color' del dinero que financia), no hay sorpresas ni interpelación al Antiguo Testamento. Ridley Scott aborda el largo pasaje en el que el pueblo hebreo es sojuzgado por el rey egipcio, Ramsés, quien le impone tareas en las construcciones faraónicas. Moisés es el primo dilecto del heredero, el joven e indeciso Ramsés II, y el favorito del rey anciano. Christian Bale interpreta el hombre que conoce el poder, ignorante de los padecimientos del pueblo que está llamado a conducir. El antagonista es el príncipe Ramsés, interpretado por Joel Edgerton. La pareja actoral sostiene la película en el plano de los personajes, con matices y evoluciones, cada uno según los designios del dios hebreo y los presagios de la sacerdotisa.

Éxodo es ante todo, una película de Ridley Scott, con la capacidad del director para recrear escenas monumentales, con ejércitos y plagas a grandísima escala. Scott es un gran creador de ilusiones y movimientos escénicos, de colores y juegos de edición.La película deslumbra en cada fotograma, con un preciosismo que por momentos parece una provocación. Estetizar el relato del éxodo que marca la historia del pueblo elegido es una decisión de Scott. Hay mucho de fábula y cuento didáctico bajo las órdenes de un artista enamorado de la imagen.

Los hebreos viven hacinados en Pitón, campamento de esclavos en el que trabajan día y noche. Allí Moisés comenzará a descubrir su verdadera identidad, conmovido por la palabra de Nun (Ben Kinsley) que mantiene la esperanza en la comunidad y sueña con el regreso a Canaán.La película reproduce cada uno de los momentos de revelación y despertar de la fe en Moisés, hasta asumir el rol de líder.Scott ha dedicado todo su talento a las plagas bíblicas, las señales de Dios en defensa de su pueblo, que funcionan como escarmientos que minan el poder y la voluntad de Ramsés. Sangre, ranas, langostas, pestes, desesperación y muerte a escala faraónica, sin piedad ni pausa son expuestos por el director que, además, mantiene la tensión entre golpe y golpe. Mientras tanto, Moisés espera y clama. Imperdible el pasaje del Mar Rojo.

Scott resuelve los diálogos de Moisés con Dios de manera naif, elección que puede convencer o no al espectador. El cine también es cuestión de fe.Las escenas de Moisés con su mujer Séfora no terminan de complementar la figura del hombre con su destino de padre espiritual. Hay en la estética del oasis donde Moisés encuentra a la joven y en la composición de la española María Valverde, un registro superficial, sofisticado y romántico, en relación a la vida de los pastores. En Éxodo Scott demuestra con su épica formidable que el poder siempre provoca dolor y que el cine, en sus manos, sigue siendo una revelación.