Exilio de Malvinas

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Otras heridas abiertas

Decir que las Malvinas son una herida abierta en la historia argentina es algo obvio, por múltiples y lógicos motivos. Lo que muchas veces no queda claro y queda relegado en la reflexión y el análisis es que las Malvinas también son una herida abierta para el Reino Unido, y de formas un tanto inesperadas. Exilio de Malvinas encuentra una pequeña fisura en el abanico de tópicos y discusiones ya abiertos, tocando relatos bastante ignorados, lo cual es un deber fundamental del género documental.

El film de Federico J. Palma aborda las historias de tres malvinenses que por diversos motivos se vieron forzados a dejar las islas donde nacieron, arribando a la Argentina Continental. El primero es Alexander Betts, quien manifestó su acuerdo con la reivindicación de soberanía sobre las islas planteada desde la Argentina. El segundo es el artista plástico James Peck, quien se enamoró de una argentina, comenzó a vivir en pareja y tuvo un hijo con ella. El tercero es el biólogo Mike Bingham, quien descubrió la forma en que la pesca indiscriminada afectaba a la población de pingüinos.

Lo que une a Betts, Peck y Bingham es cómo son personas que desde sus miradas y acciones ponen en crisis un sistema de creencias y valores construidos a lo largo de siglos y que sostienen en buena medida el concepto de Nación en Gran Bretaña. Tocan cuestiones como el imperialismo, el colonialismo, la identidad nacional, lo económico y laboral. Y son aislados, señalados y finalmente obligados a dejar la tierra de origen rechazados no sólo por el gobierno y/o el Estado Británico, sino por sus mismos compatriotas. Deben reconstruir sus vidas en otro territorio como es el argentino, que encima simboliza lo antagónico. ¿Cómo volver a ser en otra parte? ¿Cómo seguir sosteniendo las propias convicciones cuando todos los elementos parecen alinearse en contra? ¿Cómo seguir incluso al país donde se nació cuando ese mismo país te expulsó, caracterizándote como un indeseable?

Esas son algunas de las varias preguntas que van surgiendo en Exilio de Malvinas y lo bueno que tiene el documental es que desde su tono pausado, sutil, para nada aleccionador, esas preguntas no terminan de responderse del todo, y si lo hacen es desde lo que les pasa a los entrevistados. Palma pone la cámara, sigue a Betts, Peck y Bingham, recurre a algunas preguntas bien concretas –no formuladas en pantalla- y deja que hablen, porque con eso basta y sobra, evidenciando que determinadas discusiones filosóficas y políticas empiezan y acaban en lo que les sucede a los individuos, a las personas, a los seres de carne y hueso.

Hay sí un defecto que no deja de ser llamativo en el panorama del documental argentino: si muchas películas parecen estiradas y hay hasta un cierto regodeo en las premisas, Exilio de Malvinas da la impresión de tener demasiado para contar para sus escasos 66 minutos. Si hacemos una división matemática, el film le dedica poco más de 20 minutos a cada uno de sus entrevistados, y lo cierto es que cada uno de ellos merecía más tiempo: hay elecciones de vida de enorme complejidad en las micro-narraciones que se despliegan, y que no terminan de impactar de la manera apropiada. Este cuestionamiento también puede funcionar como elogio: no a cualquier film se le pide más minutos, que siga adelante con su propuesta. Con su simpleza formal, Exilio de Malvinas revitaliza un tema que parecía un poco agotado en el panorama del cine argentino, poniendo en juego nuevas posiciones y alejándose de las simplificaciones, apoyándose en el factor humano.