¡Esto es guerra!

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Sólo para ver en el living o en un avión

Como ya es sabido, acá hay dos carilindos muy compañeros, que se enamoran de una chica y se desafían a conquistarla. Como excusa argumental, es medio vieja. Ya la usaban los romanos en la antigüedad. Entre nosotros, con una buena variante, Hugo del Carril y Luis Sandrini hicieron en «Los dos rivales» comedia todavía disfrutable. Y con buena voluntad, también la que ahora vemos podría disfrutarse.

Chris Pine y Tom Hardy son miembros de la CIA, elegantes muchachos de armas tomar que andan por el mundo saltando y disparando alegremente. Cuando algo se les complica en Hong Kong, les dan trabajo de oficina cerca de sus casas. Ahí descubren tener un mismo interés por la misma rubia, se hacen el previsible desafío (palabra redundante, porque acá todo es previsible), y aplican un catálogo de chiches secretos de última tecnología para espiar a la niña, que ya no es tan niña, y espiarse entre ellos, para frustrarse mutuamente sus tácticas. Lo hacen con tanta dedicación, se aprecian tanto entre sí, y tienen tanta química entre ellos, que cabe sospechar si realmente estarán interesados en la chica.

Pero el chiste no pasa por ahí. A decir verdad, si realmente pasa un chiste, habrá sido de largo, por otra película, porque en ésta apenas cabe el humor simple y remanido, la charla ordinaria entre mujeres (la confidente femenina, papel a cargo de la rubia Chelsea Handler, casi se roba la película), la moda masculina, los lujosos interiores (¿cuánto ganará un agente de la CIA?), unas pocas escenas de acción, y una leve intriga criminal, tan leve que a veces los libretistas se la olvidan. Los libretistas son Timothy Dowling y Simon Kinberg, que en su defensa puede alegar que participó en la última de «Sherlock Holmes» junto a otros cinco libretistas (pero a «Sr. y Sra. Smith» la escribió él solo, y eso lo condena). El director es el prolífico McG que llevó «Los ángeles de Charlie» al cine. Y la rubia es Reese Whiterspoon, como hubiera podido ser cualquier otra rubia.

En resumen, y contradiciendo un poco la declaración del título, esto no es la guerra, sino apenas otra comedia tonta para ver en el living de casa, de viaje en ómnibus o avión, u otros lugares que no requieran atención exclusiva ni pago de entrada. En ese sentido, funciona muy bien. La gente se distrae sin esfuerzo, simpatiza con gente bonita, contenta, exitosa y de relativo talento, y se siente más inteligente que la obra. Tal es la clave de varios programas televisivos, y de películas como la que ahora vemos y pronto olvidaremos.