Estación zombie 2: Península

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Emigrar es una fuga

Hasta Peninsula: Train to Busan 2 (2020) la carrera del muy talentoso director y guionista surcoreano Yeon Sang-ho había sido en verdad admirable: luego de aquella trilogía de animación para espectadores adultos en la tradición del manga más nihilista y/ o amargo, compuesta por The King of Pigs (Dwae-ji-ui Wang, 2011), The Fake (Saibi, 2013) y Seoul Station (Seoulyeok, 2016), el realizador nos regaló dos películas maravillosas y muy diferentes en live action, la primera Train to Busan (Busanhaeng, 2016), una epopeya acerca de una infección zombie que se esparcía a toda velocidad a bordo de un tren desde Seúl a Busan, y la segunda Psychokinesis (Yeom-lyeok, 2018), una parábola tragicómica en torno a un antihéroe de la clase obrera que en su momento fue distribuida por Netflix. Sin embargo el asunto se cae de manera significativa en su nuevo trabajo, que funciona como una suerte de continuación autónoma de Train to Busan así como Seoul Station tomaba la forma de una precuela de la anterior, por más que en términos de su estreno mundial haya llegado después de la odisea sobre unos rieles que hoy brillan por su ausencia y en buena medida son intercambiados por volantes y ruedas de vehículos tuneados que atraviesan las calles derruidas de Incheon, continuando en orden descendente con las principales ciudades de Corea del Sur en tanto sedes de la acción (Seúl, Busan y la que nos ocupa). Y aquí es “acción” la palabra fundamental porque la impronta de terror de Seoul Station, esa que ya venía mermando en Train to Busan para dejar paso a una espectacularidad progresiva, toma por completo el control del relato en una jugada que de por sí no tiene nada de malo aunque sin duda los problemas se acumulan por la falta de ideas novedosas de fondo y por unas cuantas decisiones fallidas de Yeon en cuanto a la presentación visual/ general del convite.

Resulta más que evidente que el cineasta surcoreano se inspiró en Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), una de las tantas reinterpretaciones de la dinámica retórica del western por parte de John Carpenter, para armar la premisa de base: ahora en vez de una Manhattan transformada en una prisión de máxima seguridad, donde debía infiltrarse el tremendo Snake Plissken (Kurt Russell) para rescatar al Presidente de los Estados Unidos (Donald Pleasence), tenemos a un grupo de cuatro asiáticos, encabezados por Jung-seok (Gang Dong-won) y su cuñado Chul-min (Kim Do-yoon), que deben regresar sin más a una Península de Corea atestada de zombies y que ya lleva cuatro años de una cuarentena que en términos prácticos fue impuesta por los países vecinos cuando decidieron no aceptar más refugiados coreanos por el miedo al contagio zombie masivo, vuelta que se vincula a una suculenta oferta de la mafia de Hong Kong relacionada con la misión de recobrar un camión con 20 millones de dólares sustraídos de los bancos abandonados de Incheon y que quedó varado en alguna de las calles de la metrópoli. Bajo la promesa de entregarles la mitad de lo recuperado si tienen éxito, léase dos millones y medio de dólares para cada uno, el equipo de mercenarios improvisados arriba en la ciudad portuaria pero termina en parte acribillados por la milicia que controla la zona, con Chul-min convirtiéndose en prisionero de una facción comandada por el desquiciado Sargento Hwang (Kim Min-jae), quien a su vez está enfrentado con el pusilánime Capitán Seo (Koo Gyo-hwan), y con Jung-seok siendo salvado por una familia de sobrevivientes conformada por la matriarca Min-jung (Lee Jung-hyun), su padre algo mucho senil Kim (Kwon Hae-hyo) y las dos hijas de la mujer, la adolescente Jooni (Lee Re) y la pequeña y muy enérgica Yu-jin (Lee Ye-won).

El planteo general es interesante porque a pesar del hecho de que no tiene ni un gramo de originalidad, plagado de secuencias de acción sobre pavimento a lo Mad Max (1979), de George Miller, y apuntalado en la noción de que los zombies son ciegos durante la noche y sensibles al sonido, inversión de aquella de El Hombre Omega (The Omega Man, 1971), de Boris Sagal, y demás adaptaciones cinematográficas de Soy Leyenda (I Am Legend, 1954), la famosa novela de Richard Matheson, de todas formas el film se las arregla para resultar un entretenimiento más que digno/ ameno y no caer en el desastre de tantos exponentes norteamericanos semejantes, en línea con porquerías como Guerra Mundial Z (World War Z, 2013) o las últimas y ya completamente insoportables temporadas de The Walking Dead, una serie televisiva que debería haber finalizado hace ya mucho tiempo. En este sentido, lamentablemente pareciera que el ejército de muertos vivientes digitales de Guerra Mundial Z en esta oportunidad constituyó el horizonte conceptual de un Yeon que abusa -y mucho- de los CGIs y del melodrama barato, reemplazando el desarrollo de personajes de Train to Busan por demasiados latiguillos dramáticos quemados, como por ejemplo el hecho de que Chul-min y Jung-seok compartan el trauma de haber visto morir a la esposa del primero y hermana del segundo -y al hijo pequeño de la fémina- a manos de unos infectados rabiosos a bordo de un barco, estereotipo promedio paradigmático que para colmo se expande cuando pensamos que Jung-seok también se siente culpable por no haber levantado con su automóvil, cuatro años atrás, a la parentela de Min-jung, con quienes se topó al costado de una ruta pidiéndole auxilio (más tarde la mujer le aclara que fueron 31 coches en total los que no pararon, linda metáfora sobre el egoísmo de los seres humanos).

Al realizador se le escapa la chance de reflexionar un poco más acerca de la existencia de estos refugiados surcoreanos viviendo como extranjeros en Hong Kong y padeciendo un combo de “xenofobia más desempleo más paranoia en torno al contagio zombie”, esquema cubierto sólo por una rauda introducción que pronto deja paso a persecuciones hiper digitales por las avenidas y autopistas de una Incheon que parece salida de algún nivel de un videojuego de carreras o quizás un first person shooter, con una excesiva abundancia de tomas de vehículos, entornos y finados de CGI que terminan siendo un tanto ridículas por lo irreales y animadas a trazo grueso (un punto a favor de las secuencias vertiginosas es que la edición de Yang Jin-mo nos permite apreciar lo que está sucediendo sin esa velocidad estupidizante y publicitaria hueca del Hollywood modelo Michael Bay o la franquicia para oligofrénicos de Rápido y Furioso/ The Fast and the Furious). Dicho de otro modo, Peninsula: Train to Busan 2 es una obra potable para los parámetros calamitosos del cine actual pero resulta bastante decepcionante si se la compara con la propuesta previa o con Seoul Station porque el director no consigue genuinamente redondear hacia la eficacia su evidente pretensión de hacer “otra cosa” en materia de la saga, algo muy loable ya que hay una idea de fondo orientada a repensar el acto de emigrar como si se tratase de una fuga desesperada por mantenerse vivo o escapar de la indigencia y las privaciones de todo tipo, pensemos en el afán de regresar a Corea de Jung-seok y Chul-min para hacerse del dinero suficiente y vivir bien en serio en Hong Kong o en el anhelo de Min-jung en pos de sacar a su familia de la península con el objetivo de que lleven una vida normal, sin zombies ni milicianos mafiosos fascistas de por medio. Asimismo son bienvenidas las disputas de poder entre el Sargento Hwang y el Capitán Seo y el fetiche de ambos con los espectáculos/ deportes/ competencias brutales futuristas símil Carrera Mortal 2000 (Death Race 2000, 1975), Rollerball (1975) o Carrera contra la Muerte (The Running Man, 1987), no obstante en última instancia queda de manifiesto que Yeon encaró la película más como un producto estandarizado para la exportación y una posibilidad de seguir facturando con los zombies que como un proyecto con una entidad artística que mereciera un guión más pulido y escenas de acción menos aparatosas y más humanas, de verdadera proximidad corporal…