Escándalo americano

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Cuestión de títulos

Los títulos tienen mucha veces una importancia capital en una obra (sea del tipo que sea) y eso también se aplica para los textos de las críticas de cine. Ayudan a definir una idea base, son tomas de posición desde el comienzo. Pensemos en, por tomar un ejemplo cercano, los títulos para las críticas que hizo Mex Faliero de algunos films de Pixar: “Héroes de la clase laburante” para Monsters University; “Algo ocurrió camino al cielo” para Cars 2; “Unidos y dominando” para Toy story 3; y “Claves para un mundo mejor” para WALL-E. En todos los casos, cada una de las frases son declaraciones de principios sobre lo que se ve en cada film, implican plantar una bandera en determinados contextos y hacerse cargo de lo que se dice.
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, he tenido serias dificultades para elegir un título para mi crítica sobre Escándalo americano, una película de que estoy seguro que no me gustó, aunque a la vez me desconcierta lo suficiente como para no indignarme, en parte porque no termino de entender qué le ven muchos críticos a este obra que nunca sale de la medianía. A continuación, algunos de los (mediocres) títulos que fueron pasando por mi mente, aunque ninguno de ellos realmente termina siendo completamente funcional y apenas quedan como subtítulos:
“SubScorsese”
Escándalo americano es una película que es indudablemente deudora de otros cuentos morales situado en el universo del crimen, como Buenos muchachos, Casino o Scarface, con sus personajes demasiado ambiciosos para sus propias capacidades y que luego de ascender fugazmente se terminan cayendo estrepitosamente. Sin embargo, pese a la fluidez narrativa exhibida por la película, esa narración nunca consolida adecuadamente la progresión de los personajes desde donde comienzan hasta donde terminan. La historia de esta operación encubierta -basada ligeramente en el caso Abscam-, en la que participa una pareja de amantes y estafadores (Christian Bale y Amy Adams) luego de ser atrapados por un agente del FBI (Bradley Cooper), para atrapar a toda una serie de políticos y mafiosos metidos en un conjunto de negocios inmobiliarios donde abundaban las coimas, carece de la brutalidad y crudeza tras la superficie humorística de un Scorsese, un De Palma o un Hawks. Su relato, que gira alrededor del concepto explicitado de la “supervivencia”, de esa necesidad de mantenerse a salvo imperiosamente, jamás está cerca de esa doble vertiente de identificación-empatía con distanciamiento que logra Scorsese, porque no todo consiste en otorgarles la voz narrativa a determinados personajes. Hay que establecer una puesta en escena que realmente resalte las ambigüedades y grises. Escándalo americano nunca lo hace realmente. Incluso su mirada hacia el personaje del alcalde Carmine Polito (Jeremy Renner), al que termina considerando un político honesto a pesar de ser corrupto, es como mínimo cuestionable: para el film la corrupción y la coima es algo natural, aceptable incluso, y el FBI termina quedando mal no tanto por su inoperancia para atrapar a los mafiosos, sino porque le interesa agarrar a unos pobres políticos que sólo querían el bien de su pueblo y a lo sumo aceptaban sobornar o ser sobornados. En eso, el personaje de Cooper es muy representativo: no es un profesional, sino sólo un tipo que quiere ascender y su obsesión amorosa con la estafadora que encarna Adams termina siendo absolutamente subestimada.
“El alumno mediocre del maestro”
Otra comparación que se cae pronto a pedazos es con el cine de Paul Thomas Anderson -quien viene de hacer una obra maestra con The master-, en especial con Boogie nights, la obra que lo lanzó a la fama. Guillermo Colantonio supo aportar esta definición, tan brutal como ingeniosa, que sirve como punto de partida para rebatir la comparación: “ese Russell es un clon malo de Anderson; es un disc jockey frustrado que pasa música con imágenes”. Quizás suene un poco exagerado, pero algo de eso hay: Russell aporta los vestuarios, los peinados, el maquillaje, la música de los setenta, pero le falta cine e imágenes de alto impacto, a pesar de pretender reflexionar sobre las diversas formas del artificio. Anderson siempre piensa las diversas formas narrativas, lo que muestran o esconden, las combinaciones genéricas. Russell acumula géneros (la estafa, la sátira social, el biopic, el abordaje político, el drama mafioso) pero no los conjuga adecuadamente. Sólo los pone en escena, regodeándose en lo formal.
“No es una comedia”
Da para preguntarse por qué las diferentes asociaciones de prensa, los sindicatos o academias insisten en considerar a Escándalo americano como una comedia y/o musical, siendo que tiene pocos chistes, concentrados en su mayoría en los personajes de Cooper y Jennifer Lawrence (la esposa del personaje de Christian Bale) y que su ecléctica banda sonora no la convierte en un musical. De hecho, tanto Bale como Adams no aportan humor a la trama y el drama que rodea a su pareja es una de las bases piramidales del film, que se presenta como una sátira pero se queda en la pose: es en realidad muy seriota, se la cree demasiado, baja línea de manera torpe y lo que tiene para decir sobre los vínculos entre la política y el crimen, como ya dijimos antes, es tan obvio como cuestionable. Si la comparamos con El lobo de Wall Street -oh casualidad, de Scorsese-, empalidece: la película con Leonardo DiCaprio es una verdadera comedia, por el espíritu corrosivo y deconstructivo que posee, y hasta se la podría ver como un musical por el ritmo que adquiere a partir de la unión entre la música y el montaje mientras que la de Russell sólo se queda en los guiños de estilo.
“Tontería americana”
Acá nos referimos a los aspectos más irritantes de Escándalo americano: tienen que ver, más que nada, con cómo Russell se ha convertido en una especie de Christopher Nolan de los críticos y miembros de las asociaciones galardonadoras de Hollywood. Con esta última película ya se notó demasiado: ya estaba recibiendo elogios de sectores muy influyentes aún antes de estrenarse. Y lo hace con métodos ya conocidos: un hecho bastante relevante en la historia política y criminal estadounidense; estrellas en registros sobredimensionados (la panza de Bale es una nueva etapa del actor y su eterna voluntad de hacerse notar en cada escena); y un planteo supuestamente radical pero que al final se revela como conservador. El título original, American hustle, significa algo así como “Bullicio americano”. Pero en verdad, a la hora de los bifes, lo que tenemos es una narración prolija, que jamás sale de la medianía y que arma muy pero muy poquito bullicio.