Enemigo invisible

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Misión cumplida

¿Qué película es Enemigo invisible? ¿El thriller sin fisuras de su primera mitad, que sirve de marco para el entrecruzamiento de una multiplicidad de puntos de vista? ¿O el drama manipulador de su segunda mitad, que incluso sobre el final roza lo abyecto?

Porque lo cierto es que Enemigo invisible -traducción totalmente ridícula para el original Eye in the sky (Ojo en el cielo, que hace referencia a la noción de vigilancia permanente)- arranca muy bien en lo que parece ser una típica misión militar, aunque no lo es tanto: ejecutada en Kenia, involucra a fuerzas británicas, estadounidenses y keniatas, en cielo y tierra, para capturar a un peligroso grupo terrorista compuesto en parte por ciudadanos estadounidenses y británicos que les han declarado la guerra a sus propios países. Pero no sólo eso: también hay autoridades políticas y judiciales observando todo el asunto a la distancia. Lo que empieza como una misión de captura, por diversas circunstancias pasa a tener carácter letal y luego se complica aún más cuando queda una niña dentro de la zona de fuego. Todo esto el director Gavin Hood (realizador esencialmente desparejo, que puede dirigir un espectáculo decente como El juego de Ender pero también bodrios como X-Men orígenes – Wolverine) lo cuenta con gran vigor, ensamblando con fluidez los distintos espacios que observan y/o participan del evento.

En esa primera parte donde se van planteando los conflictos es donde está claramente lo mejor de Enemigo invisible, porque el film permite que cada personaje -y por ende, cada posicionamiento ético- tenga su lugar, sin una bajada de línea explícita. Es entonces cuando el profesionalismo y las miserias humanas se fusionan: tenemos a militares de alto rango como la coronel interpretada por Helen Mirren y el general encarnado por Alan Rickman obsesionados con lograr el objetivo a cualquier precio; los políticos preocupados más por las posibles repercusiones mediáticas que por el real factor humano; y hasta los soldados de bajo rango (como el piloto del droide que hace Aaron Paul) que intentan pasar por toda la experiencia sin quemarse la cabeza o poner sus carreras en peligro. La clave pasa por el ritmo: Hood (de la mano del guión de Guy Hibbert) aprieta el acelerador, alternando diferentes espacios a gran velocidad, sin explicar demasiado y escapando de toda posible caída en la teatralidad. El realizador pareciera haber aprendido unas cuantas lecciones de cineastas como Paul Greengrass y Michael Mann, y eso no está nada mal.

Pero ya entrada la segunda mitad del relato, Enemigo invisible se ve en la necesidad de pisar el freno, plantar bandera, tomar partido, ponerse “pensante” y bajar línea diciendo cosas “importantes” sobre las justificaciones para la guerra contra el terrorismo y los daños colaterales. Allí es cuando empiezan los problemas, porque las grietas y arbitrariedades del guión comienzan a notarse demasiado, y el film entra en una sucesión de idas y vueltas realmente injustificables. Hood, y todos los involucrados en la película, se ven invadidos por la culpa, quieren dejar bien en claro cuál es su posición y eso se traduce en una total falta de confianza en el discernimiento que pudiera tener el espectador sobre los acontecimientos, lo cual le quita toda posible ambigüedad a la narración. El colmo es la secuencia de títulos del final, que se ubica entre lo más alto del ranking de manipulación sentimental.

Aún así, Enemigo invisible consigue dejar en la memoria del espectador todo su ambiente profesional, las hipocresías de varios de sus protagonistas y unos cuantos diálogos sumamente filosos. Y claro, esa habilidad que exhiben Mirren y Rickman para construir personajes implacables y repugnantes, pero aún así totalmente convencidos de sus actos, y siempre tan british. Para villanos, los mejores, sin lugar a dudas, son los británicos.