Enemigo invisible

Crítica de Josefina Sartora - Otros Cines

La guerra a distancia

Un sólido thriller que expone dilemas morales en medio de los conflictos bélicos modernos. 



Asombra ver a Helen Mirren como una coronel del ejército británico fanática en su obsesión de cazar terroristas a cualquier costo. Sin embargo, ella puede interpretar -siempre bien- cualquier papel, algo que queda demostrado en este film. Su presencia es lo más fuerte del mismo, y su tenacidad y perseverancia (o la de su personaje) sostiene toda la tensión de este tour de force sobre las actividades del Imperio en los países en conflicto.

La guerra ha mutado, en tiempos en que satélites, cámaras ocultas y drones han devenido las nuevas armas. En una Kenia convulsionada, las fuerzas británicas y estadounidenses tienen a todo el país controlado y vigilado con estos nuevos recursos. Hay ojos en el cielo (tal el título original) que penetran todos los rincones, que exponen la vida de los ciudadanos, incluso su intimidad. Un dron en la forma de ingenioso pajarito mecánico portando una cámara, que busca a una inglesa radicalizada, logra incursionar en el bunker de un grupo guerrillero y allí están, en las pantallas de los cuarteles en Inglaterra y en Estados Unidos, los jóvenes que la acompañan y se preparan para morir en un atentado suicida, pertrechándose con explosivos alrededor de su cuerpo. 



El operativo parece fácil, en el desierto de Nevada ya están preparados los oficiales que lanzarán desde otro dron el misil sobre ese hangar, pero inesperadamente surge un inconveniente. ¿Puede ponerse en peligro la vida de una niña para evitar ese atentado en (suponen) un centro comercial donde habrá muchas víctimas posibles? Tal el dilema moral que entorpece el operativo, y pone en suspenso la acción. Por otra parte ¿en qué posición quedaría la imagen de los aliados matando a una inocente?

El sudafricano Gavin Hood (Mi nombre es Tsotsi, X-Men: Orígenes - Wolverine) indaga sobre “los daños colaterales”, y aquello que subyace cuando una acción bélica se cobra víctimas civiles, inocentes que estuvieron en el lugar justo en el momento menos oportuno. Algo similar vimos hace muy poco en La otra guerra, cuando un oficial ordena atacar de forma inescrupulosa un edificio lleno de civiles. Aquí las decisiones se toman en otros continentes, desde posiciones seguras, en oficinas impolutas (allí está Alan Rickman en el último papel de su vida), en embajadas, en secretarías, en hoteles de lujo, centros de convenciones y hasta en mesas de ping pong. Pero también se decide según la información que se posea, y la coronel –caricatura de una fundamentalista- hará todo lo que esté en sus manos –en su poder- para que los datos le sean favorables, en medio de un enfrentamiento entre militares y políticos legalistas.

Un thriller político que trasciende lo bélico para presentar el conflicto moral, y que denuncia las incongruencias y arbitrariedades que mueven esa guerra sofisticada de pantallas y teléfonos. Sin embargo, el film no hace más que responder al mercado, y pone el acento en la acción, en el suspenso sostenido, muy bien llevado, perdiendo la oportunidad servida de indagar a fondo en la cuestión humana. Tampoco ayuda la banda sonora, que carga las tintas exageradamente. Yendo más a fondo, también es debatible el punto de partida –nunca cuestionado-, que da como legítima toda intervención de los imperios en la vida interna de otros países, sin cuestionar su presencia intrusiva, o siquiera qué están haciendo allí.